VIVE EL MILAGRO
PATRICK MILLER
De la Tercera parte: «El aprendizaje a largo plazo» - Tomar descansos y darse espacio
«El ego no sabe lo que está tratando de enseñar. Está tratando de enseñarte lo que eres, si bien él mismo no lo sabe. El ego no es más que un experto en crear confusión. No entiende nada más. Como maestro, pues, el ego está completamente confundido y solo causa confusión» (Capítulo 8, II: 1)
A pesar de que los estudiantes que han elegido trabajar con UCDM a largo plazo creen en él y lo aman profundamente, el Curso tiene una fama legendaria de producir reacciones de desánimo y desorientación. He oído incontables historias de estudiantes que dejaron el libro a un lado durante varias semanas o meses, o incluso destruyeron los ejemplares para volver a adquirirlos poco después. Cuando empecé a estudiarlo, lancé el libro contra la pared más de una vez, y he escuchado historias de personas que lo quemaron de forma ritual.
Por otra parte, también es usual que los estudiantes nuevos se sientan absorbidos o fascinados por el Curso, hasta el punto de que a veces molestan a las personas cercanas. En una ocasión, recibí una carta quejumbrosa de una mujer que me pedía consejo sobre cómo acercarse a un pariente que había empezado a hablar constantemente en la jerga del Curso, al parecer para promover las causas del perdón y la disolución del ego, haciéndose cada vez más molesto en el intento. También he oído hablar de relaciones íntimas que se tornan cada vez más tensas cuando uno de los miembros de la pareja se involucra a fondo en el estudio de UCDM y al otro no le interesa.
Y si bien la naturaleza en esencia democrática del Curso no se presta de manera inmediata a ser explotada por profesores cuestionables, al menos una organización importante dedicada al estudio del Curso fue denunciada en repetidas ocasiones por su carácter sectario. El hecho de que muchos estudiantes «alucinen» con las enseñanzas en ciertos momentos ha ayudado a malinterpretar el Curso como un producto superficial del pensamiento nueva era, lo que es probable que haya retrasado su reconocimiento como una tradición espiritual emergente de profundo significado. El estudiante Toni Neal admite:
«Creo que tendrías que estar muy iluminado para que el Curso no te confundiera seriamente. A veces, he dejado de leerlo durante meses. Sentía que se había convertido en una muleta y necesitaba ponerlo en práctica sin tenerlo de forma constante entre las manos. Como todo lo que estudiamos, hay un momento para aprender y un momento para aplicar lo que hemos aprendido. Después puedes volver y aprender a un nivel más profundo, con el beneficio de la experiencia adquirida al aplicar los principios.»
En este capítulo examinaré de forma breve unos pocos de los escollos que los estudiantes pueden encontrarse en distintas etapas de su estudio. Quiero dejar claro que estas dificultades o retrasos no son necesariamente «errores» que deban evitarse a toda costa en el camino del crecimiento espiritual. A diferencia del catecismo o de los Diez Mandamientos, Un Curso de Milagros no ofrece reglas de conducta ni creencias que han de seguirse sin cuestionarlas. En cambio, erradica deliberadamente las reglas convencionales y las condiciones del mundo de cada día, y nos apremia sólo a que veamos todo lo que experimentamos con una mirada de perdón. Al hacerlo, incrementamos nuestro acceso a la guía inmediata del Espíritu Santo sin tener que confiar en un libro de reglas religioso. A corto plazo, el coste de esta guía puede ser la incertidumbre y la confusión, experiencias que en ocasiones demuestran ser instructivas en sí mismas.
CRISIS, CRISTO Y EL PROBLEMA CON LA AUTORIDAD
Es habitual que la gente contacte con UCDM en momentos de intensa crisis personal o que entren en crisis poco después de empezar a estudiarlo. El filósofo y profesor del Curso Ken Wapnick me dijo en una ocasión que, cuando los nuevos estudiantes, que sólo llevan unos pocos meses, dicen cuán felices se sienten con esta disciplina, «tiendo a pensar que aún no lo han pillado».
El punto no es que los nuevos estudiantes del Curso tengan que sentirse infelices, sino que son pocas las personas que se ajustan con rapidez a la sugerencia de que el mundo material que las rodea no es real, que sus objetivos egocéntricos de éxito y felicidad en realidad no persiguen su más alto interés y que su búsqueda de una relación especial gratificante es errónea. Pero, si estas propuestas inquietantes se ignoran o no se comprenden del todo, los estudiantes novatos pueden sentir cierto aturdimiento cuando leen las poderosas afirmaciones de UCDM, como la lección 35: «Mi mente es parte de la de Dios. Soy muy santo». Quienes continúan con la enseñanza a largo plazo, van desarrollando la capacidad de integrar estos mensajes trascendentales con aquellos elementos que producen más confrontación.
Por otra parte, los estudiantes que ya se sienten deprimidos o desanimados por cómo están viviendo su vida, al empezar a estudiar UCDM, pueden encontrar un refuerzo para su desilusión. Tal vez El Curso no me habría parecido en absoluto tolerable si no me hubiera encontrado con él en un momento en que mi estilo de vida egocéntrico ya se estaba derrumbando y experimentaba frecuentes estados alterados de conciencia, inducidos por la enfermedad, que me facilitaban cuestionar la solidez y la validez del mundo material. Después de varios meses de estudio simultáneo del «Texto» y del «Libro de Ejercicios», recuerdo un periodo en el que solía pensar: «¡Todo lo que sé está equivocado!».
Esta «iluminación negativa» era al mismo tiempo humillante y liberadora, y dio lugar a una etapa en la que entendí mi propia conciencia bajo una nueva luz. En primer lugar, empecé a reconocer que podía haber una manera de vivir distinta de aquella a la que yo estaba acostumbrado. Hasta ese momento, había vivido la vida del ego «tratando de ser el número uno», y ni siquiera sabía que podía acceder a otro punto de vista más elevado y desinteresado. En segundo lugar, el reconocimiento de mis «errores» me permitía sentir un potencial de aprendizaje que, en gran medida, había quedado anulado desde la niñez. (Comentaré cómo se reactivó en el capítulo siguiente).
Aún cuando tomé conciencia de mis actitudes improductivas y estaba dispuesto a mirar la vida desde un nuevo punto de vista, me descubrí luchando contra el mensaje del Curso y cuestionando todo su marco de referencia. Una consecuencia de la profundidad y del misterio del lenguaje de UCDM es que puede ser, al mismo tiempo, magnético e inquietante, y que consigue retener o recuperar la atención de estudiantes que se sienten contrariados en los periodos de serias dudas.
En la literatura espiritual del sufismo y del budismo hay muchas historias de estudiantes que luchan con las enseñanzas paradójicas de sus gurús y maestros, y que continúan con la disciplina, sobre todo por las poderosas personalidades de estos. Como es una enseñanza espiritual en forma de libro, Un Curso de Milagros no puede tener esta misma presencia personal. Sin embargo, una gran parte de su atractivo y del reto que plantea guarda relación con la extraña combinación de intimidad y autoridad que emana de sus páginas. El libro a menudo parece dar al estudiante instrucciones personalizadas, una repetición de los consejos espirituales que, al principio, los escribas Helen Schucman y Bill Thetford creyeron que eran sólo para ellos.
A muchos estudiantes, esta sensación de profunda autoridad personal los lleva a aceptar que el verdadero autor del Curso es quien dice ser: Jesucristo. En mi caso, esta identificación fue un factor importante de mis primeras resistencias a UCDM. Puesto que había crecido en la cultura cristiana conservadora de Charlotte, Carolina del Norte, sentía una fuerte antipatía hacia el evangelismo cristiano, sobre todo en las versiones de predicadores televisivos tan destacados como Billy Graham y el ministerio corrupto «Alabad al Señor» de Jim y Tammy Faye Bakker. Consideraba el cristianismo que conocía como una institución antiintelectual, orientada hacia su propio engrandecimiento y a la realización de programas políticos y sociales bastante retrógrados.
Ya durante mi adolescencia me definía como agnóstico con tendencias ateas, aunque esta actitud tenía más que ver con la ira reactiva en contra de los excesos evangelistas que con deliberaciones teológicas serias. Al cumplir los veinte años me interesé de pasada por diversos gurús y caminos espirituales alternativos, como el sufismo, el budismo zen y los movimientos inspirados por maestros como Paramahansa Yogananda, Baba Muktananda y Bhagwan Shree Rajneesh. Pero parecía que todos los gurús famosos, antes o después, caían víctimas de la corrupción o de las malas interpretaciones de sus seguidores, y me resistía a ser identificado como un «seguidor» e ninguna tradición religiosa, por más exótica que pareciera o por más de moda que estuviera. Conocía a mucha gente que estaba en un movimiento nueva era u otro, y me sentía orgulloso de mí mismo por no caer en tales adoctrinamientos.
Imagina mi incomodidad al encontrarme intensamente involucrado en una enseñanza espiritual muy intelectual que pretendía ser una puesta al día del cristianismo, y de la que supuestamente era autor su profeta original. A primera vista, la historia de su canalización por parte de Helen Schucman era extraña y, sin embargo, particularmente persuasiva; había algo en ella que sonaba a verdad. Recuerdo que entrevisté a un crítico cristiano evangélico de UCDM que admitía que no tenía ningún problema para creer que Cristo podía decidir enviar mensajes contemporáneos a través de la mente de alguien, incluso de una psicóloga atea de la Universidad de Columbia. Pero, según ese crítico, «¡no había manera de que Jesús dijera lo que dice el Curso!».
Asimismo, al comienzo me resultó difícil conciliar mis impresiones juveniles del cristianismo con lo que decía el autor autoproclamado del Curso. En lugar de que todos lleváramos la marca del «pecado original», no había pecado en absoluto; en vez de que todos tuviéramos que aceptar a Jesucristo como nuestro salvador personal, lo único que teníamos que aceptar era que todos somos Cristo; en lugar de ser vigilados por un Dios alternativamente amoroso y terrorífico, teníamos que ser conscientes de que «Dios es solo amor y, por ende, eso es lo que yo soy». Con el tiempo, y después de mucho estudio, la extrañeza inicial del mensaje de UCDM dio paso al reconocimiento de que estas eran las «buenas nuevas» que el cristianismo evangélico prometía, pero que nunca llegaba a dar…
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