UNA SIMPLE PREGUNTA
Anna Horno
Sólo hay un motivo por el cual no estás experimentando la paz, el Amor y la felicidad en este preciso instante. Ese motivo se llama personalidad, ese «pequeño yo» que tú mismo inventaste para negar y reemplazar a tu verdadero Ser. Y ha adoptado miles de nombres y millones de apariencias distintas, y observarás que no hay ninguna exactamente igual a otra. Cada una se distingue del resto por sus particularidades; cada una conserva su propia «parcela de especialismo», como al ego le gusta. En mi caso concreto se llama Anna, en el tuyo puede tratarse de Julia, o María, o Manuel, o Juan, o Miguel… en realidad poco importa, pero sí es preciso que aceptes que ese es tu único «problema».
A través de tu personalidad, defines tus creencias, tus ideales, aquellas ideas con las que comulgas, y aquellas otras que condenas y que con gusto enviarías al infierno. Cuando condenas una idea, lo que realmente está sucediendo es que estás condenando al portador de esa idea, al mensajero. Así perpetúas la ilusión de la separación en el mundo y en tus relaciones.
¿Te has detenido alguna vez a observar que si hay una constante en tu vida, esa es tu deseo de tener razón? Siempre quieres tener razón, y lo quieres a cualquier precio. ¿Y si te dijera que el precio es tu felicidad?
Siempre quieres tener razón. Lo haces en tus relaciones de pareja, lo haces con tus hijos, lo haces con tus amigos, lo haces cada vez que las circunstancias de la vida resultan diferentes a tus expectativas y permites que ello te cause sufrimiento. Lo haces incluso cuando parece que accedes a que otros tengan razón, y en cambio, lejos de experimentar paz, lo único que experimentas es un agudo sentimiento de victimismo o de inferioridad, lo cual no es más que otra forma de manifestarse tu deseo de ser especial.
Cada vez que elijes tener razón, estás queriendo imponer tu particular sistema de creencias por encima del orden natural en el que todo acontece. ¿Quién crees que ganará la partida? ¿Acaso piensas que tu indignación logrará que algo resulte en modo alguno diferente? Amigo mío, las cosas son como son, las circunstancias de tu vida son las que son, y lo mismo se aplica a los seres con quienes te relacionas. Tu constante e insistente deseo de cambiarlo todo, es el desencadenante de tu infelicidad.
¿Por qué no te limitas a aceptar?, aceptar lo que llega, lo que no llega; aceptar que tal vez estés equivocado respecto al desenlace en el mundo que más te conviene; aceptar el orden divino, aceptar la perfección con la que tu vida se desenvuelve. Aceptar que todo encierra una lección. Aceptar que las cosas suceden para el mayor bien de todo y de todos. La aceptación conduce invariablemente a la experiencia de la paciencia infinita, de la confianza; de la entrega a la existencia, sin resistencias. Aceptar significa vivir tu vida sabiendo que todo cuanto acontece lo has elegido tú. La aceptación, amigo mío, es el principio del fin del conflicto en tu mente.
¿Preferirías tener razón a ser feliz?
Una simple pregunta cuya respuesta define nuestra búsqueda, nuestro compromiso con la Verdad o con las ilusiones. Qué importantísima pregunta. Desde que la leí por primera vez, la guardo en mi corazón como un tesoro, y es que a mi entender, éste es el núcleo de toda la enseñanza de Un Curso de Milagros.
Querer tener razón conduce irremediablemente al conflicto y al ataque que se deriva de éste, al resentimiento, división, exclusión, culpa y separación. En tanto en cuanto de la felicidad, siempre resultan la paz, el Amor no condicionado, la colaboración, la integración, la inclusión, la inocencia y la perfecta unión.
Querer tener razón implica pérdida, mientras que ser feliz es siempre una ganancia: en la separación reside la debilidad, en la unión, alcanzamos la auténtica fortaleza. Desde luego no desde el punto de vista del ego, pero sí si es nuestro deseo devolver todos esos aspectos fragmentados de la mente a la Unidad en Dios.
Una simple pregunta, cuya respuesta no siempre resulta tan clara… ¿prefieres ser el guardián y defensor de tu particular sistema de creencias, o estás dispuesto a abandonarlo en aras de una paz y una dicha permanentes y no condicionadas? Sí, a simple vista, la elección parece obvia y muy sencilla, pero si miramos un poco más detenidamente, si observamos las decisiones que tomamos a lo largo del día, minuto a minuto, nos damos cuenta que son muchísimas las ocasiones en que preferimos tener razón…
Cada vez que me enfado con mi hermano, he decidido tener razón; cada vez que experimento conflicto con lo que es, he decidido tener razón; cada vez que doy prioridad a mis expectativas, he decidido tener razón; cada vez que juzgo y condeno lo que otro hace, he decidido tener razón; cada vez que no me siento en paz, he decidido tener razón…
Hace tiempo me di cuenta de la importancia de esta pregunta, pues la respuesta que demos, nos situará en el ego o en Dios, nos convertirá en los testigos del miedo o en los mensajeros del Amor. No hay vuelta de hoja, ninguna otra alternativa entre las que escoger.
Cada vez que me encuentro en un estado de falta de paz, busco en mi mente el motivo por el que no me estoy permitiendo experimentarla. Y siempre encuentro una idea, una de esas que creo definen mi identidad, y me sitúan en el bando de los «correctos». Y si observo lo que sucede cuando me niego a deshacerme de esa idea, es cuando comienzo a vislumbrar la magnitud de la pregunta… ¿prefiero tener razón, o ser feliz?
Si elijo tener razón, y consigo imponer mi razón por encima de las razones de los demás, por supuesto mi ego se sentirá más que satisfecho, se sentirá temporalmente importante, poderoso por un instante; se sentirá superior y muy, muy especial, en definitiva, experimentaré todos esos sustitutos de la felicidad que el ego dispuso para saciar nuestra necesidad de Dios. No hay que ser un lince para comprender que con esa decisión, estoy sacrificando la verdadera felicidad que procede de la experiencia de Amor y Unidad. La única experiencia que todos nosotros, como seres humanos, andamos buscando, aunque en el lugar y modo equivocados, desde el principio de los tiempos.
Defender tu particular sistema de creencias te aleja de tu hermano, puesto que tal como el ego percibe, «o estás conmigo o estás contra mí», y si estás contra mí, eres una amenaza de la que es preciso que me proteja y defienda, con el ataque, ¿cómo sino? En este punto, el miedo está al mando. Estando el miedo a cargo de la situación, el Amor no puede hacer acto de presencia.
El Amor se caracteriza por la completa indefensión; el Amor reconoce que no hay peligro, puesto que nada puede amenazarlo. El Amor es inocente y es consciente de su valía, no necesita probarlos. ¿Por qué tendría entonces que atrincherarse para la batalla? El Amor es apertura, es reconciliación de los aparentes opuestos, es respetuoso con los puntos de vista de los demás. El Amor no entiende ni tiene necesidad de superiores e inferiores, de acertados y equivocados. El Amor conquista, jamás impone; el Amor libera, jamás retiene; el Amor se extiende, da, sin privar a nadie… y Amor y felicidad son sinónimos. Tenlo en cuenta amigo, la próxima vez que te prepares para la batalla del tener razón, pregúntate antes si no preferirías ser feliz.
Mientras creas en la necesidad de defender un puñado de absurdas y vanas ideas, pura especulación sobre lo que es correcto e incorrecto, bueno y malo, una actitud de indefensión resultará imposible, y con ello, la experiencia de la Unidad y del perfecto Amor, quedará velada para ti, puesto que estarás percibiendo tus intereses como algo separado de los intereses de tus semejantes.
¿Reconoces ahora que son muchas las ocasiones en que prefieres tener razón? Muy en el fondo, todos pensamos que más vale malo conocido que bueno por conocer. Debe ser que como el propio Curso afirma:
«Deseas aprender lo que te hace feliz y no olvidarte de ello. No es esto lo que niegas. Lo que te preguntas es si los medios a través de los cuales se aprende este curso conducen a la felicidad que promete o no. Si creyeses que sí, no tendrías dificultad alguna para aprender el curso. Todavía no eres un estudiante feliz porque aún no estás seguro de que la visión pueda aportarte más de lo que los juicios te ofrecen, y has aprendido que no puedes tener ambas cosas» (T-21.I.3:3-7)
En este mundo demente, hemos aprendido a asociar la felicidad con la satisfacción procedente del ego, de un falso orgullo, que en el fondo esconde un profundo miedo y un sentimiento de culpa, inadecuación e indignidad. Y para mitigar tanto dolor, caminamos con paso firme atacando todo aquello que percibimos que no se ajusta a nuestros ideales, esperando que nuestra felicidad y nuestra salvación dependan de la eficacia del ataque.
“El ego cree que alcanzar su objetivo es la felicidad. Pero te ha sido dado conocer que la función de Dios es la tuya y que la felicidad no se puede encontrar aparte de vuestra Voluntad conjunta. Reconoce únicamente que el objetivo del ego, que tan diligentemente has perseguido, no te ha aportado más que miedo, y se hará muy difícil mantener que el miedo es felicidad. Respaldado por el miedo, esto es lo que el ego quiere que creas. Pero el Hijo de Dios no está loco y no lo puede creer. De reconocer esto, no lo aceptaría, pues sólo un loco elegiría el miedo en lugar del amor, y sólo un loco podría creer que atacando es cómo se alcanza el amor” (T-11.V.12:3-9)
Volviendo al tema de las creencias, vamos a analizar cómo éstas afectan al que debiera ser nuestro estado natural y permanente de paz, felicidad y Amor incondicional.
El término «creencia» abarca todos esos conceptos a los que nos hemos adherido y creemos nos definen, a falta (en nuestra mente) de verdadero Conocimiento. La suma de todas esas creencias, constituye lo que denominamos nuestro particular sistema de pensamiento, o ego, o personalidad, o como más te guste. Y he aquí el «problema».
Nos identificamos tan íntimamente con dicho concepto de nosotros mismos, que creemos que defenderlo a ultranza es garantía de supervivencia. Supervivencia, sí, de lo que tú crees ser, que no de lo que Eres. Precisamente para que sobreviva ese «pequeño yo» tuyo, se impone sacrificar tu verdadero Yo… éste es el «trato» del ego, ¡¡pura estafa!!... te da dos céntimos a cambio de un euro, y encima te hace creer que sales ganando.
Veamos…
Cuando declaro que «yo soy una madre responsable», o «yo soy una persona trabajadora», o «yo soy una amiga leal», pueden suceder varias cosas, y todas implican conflicto y sufrimiento cuando la idea no se refleja en mi experiencia en el mundo. En primer lugar, cuando yo creo que lo que soy es lo correcto, automáticamente espero lo mismo de todo el mundo, por tanto, aquellas personas cuyos comportamientos no se ajusten a mis ideales, quedarán al margen de mi aprobación y mi Amor. Esto implica ataque en una forma muy sutil: la exclusión. Podría suceder también que mi conducta en determinada situación se desvíe de aquello que creo es lo correcto, y con ello no hago más que añadir culpa a mi ya pesada carga de culpa. Aquí el ataque va dirigido hacia mí misma. Si alguien opina de mí contrario a lo que yo creo ser, automáticamente percibo un ataque al que respondo con otro ataque en venganza. Todas las situaciones, como ves, están revestidas de ataque, y detrás del ataque siempre hay miedo, jamás Amor. Así te niegas la experiencia de tu verdadera naturaleza.
Cada vez que «yo quiero», o «yo deseo» o «yo anhelo» algo… ¿una relación?, ¿un poco más de dinero?, ¿cientos de amigos?, estoy convirtiendo a ese algo en mi dios, y olvidando que Dios sólo Hay Uno y no es ninguno de ellos. Querer, desear o anhelar, son tres palabras distintas que conducen a la misma búsqueda en el lugar equivocado, fruto de una idea errada en mi mente. ¿Por qué y para qué quiero o deseo lo que sea que esté queriendo o deseando? ¿Quizá para cubrir una carencia?, de otro modo no lo desearía porque no lo necesitaría. La creencia en la escasez es nuestra mayor y principal fuente de sufrimiento, y no hace más que perpetuar la experiencia del ego y todo su mundo de ilusiones. Una vez más nos estamos negando la experiencia de nuestra verdadera naturaleza.
A veces pienso que «debería dejar de fumar», o «debería hacer esto», o «debería comportarme de tal o cual manera»… ¿qué consigo con ello?, sólo una cosa: sentirme culpable. El «debería» es una de las palabras favoritas del ego. Nos ancla en la idea del pecado, nos hace creer que no somos perfectos, y no siéndolo, ¿cómo íbamos a ser merecedores del Amor de Dios, ni tan siquiera del Amor del vecino de al lado?
«Yo espero que los demás se comporten correctamente conmigo»… «yo espero que las cosas se hagan como yo quiero»… Ellos son los culpables por no satisfacer mis expectativas. Si las cosas fueran como yo espero, entonces sí podría vivir feliz y en paz. ¿Dónde queda mi responsabilidad por lo que experimento? ¿Dónde mi compromiso de devolver mi mente a Dios? En el Cielo no hay diferencia entre ser y tener. En este mundo, el «ser» parece que está condicionado al «tener», y eso no es Ser verdaderamente.
Dejar de defender nuestros ideales, dejar de juzgar las situaciones, dejar de otorgar valor y significado a lo que no lo tiene puesto que no es nada, abandonar nuestras expectativas, entregarnos simplemente a la experiencia de la mano de nuestro sabio Amigo… así se alcanza la verdadera felicidad.
Cada pequeña o gran molestia en nuestra mente, es síntoma de que nuestro ego se está viendo amenazado. Al defender nuestras creencias, no hacemos sino reforzarlas. Recuerda que sólo lo que puede morir necesita ser defendido, la Verdad está fuera del alcance de toda amenaza, puesto que la Verdad es eterna e inmutable.
Dejemos de intentar acomodar la ilusión. Mejor hacemos orientando nuestro esfuerzo a disciplinar nuestra mente a fin de situarnos en disposición de entregar a nuestro Santo Espíritu cualquier forma que adopten nuestras creencias. Permitámonos soltar todos nuestros yo soy, yo quiero, yo deseo, yo anhelo, yo debería, yo espero… para que Él pueda transformarlos... es tan poco lo que se nos pide a cambio de nuestra paz y nuestro gozo…
Por ello amigo, la próxima vez que te encuentres preguntándote qué es lo que verdaderamente deseas, recuerda que tu búsqueda no es otra que la experiencia del Amor y la Unidad, y es mediante el regalo que nuestro hermano nos ofrece, que la existencia nos proporciona a cada paso, que nos será posible alcanzarla… ¿Qué preferirás entonces: tener razón, o ser feliz?
«Cuando la tentación de atacar se presente para nublar tu mente y volverla asesina, recuerda que puedes ver la batalla desde más arriba. Incluso cuando se presenta en formas que no reconoces, conoces las señales: una punzada de dolor, un ápice de culpabilidad, pero sobre todo, la pérdida de la paz. Conoces esto muy bien. Cuando se presenten, no abandones tu lugar en lo alto, sino elige inmediatamente un milagro en vez del asesinato. Y Dios Mismo, así como todas las luces del Cielo, se inclinarán tiernamente ante ti para apoyarte. Pues habrás elegido permanecer donde Él quiere que estés, y no hay ilusión que pueda atacar la paz de Dios cuando Él está junto a Su Hijo» (T-23.IV.6).
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