PISA CON DELICADEZA EN MIS SUEÑOS
Publicado por la Foundation For a Course in Miracles, escrito por Kenneth Wapnick y traducido al castellano por Juan Illan Gómez.
Introducción: Sobre ser bondadoso
«La Bondad me creó bondadoso»
Al principio de nuestra relación, Helen Schucman, la escriba de UCDM, me citó unos versos de W. B. Yeats, probablemente el mejor poeta irlandés: «Pisa con delicadeza en mis sueños. Son sueños. Pero son mis sueños». El sentido estaba claro: Nuestros diversos intentos de encontrar el amor, la paz y la liberación del dolor, pueden en efecto no ser más que formas de nuestro sueño ilusorio de ser especiales, pero son todo de lo que somos capaces en ese momento. El miedo a perder nuestro yo individual es aún demasiado fuerte y domina sobre la atracción de la mente sana por la salvación, y en la locura perversa del ego seguimos eligiendo su dolor en vez de la alegría de Dios (Lección 190).
Por tanto, estos intentos inapropiados merecen bondad en lugar de juicio. Todos estamos en lo que UCDM llama un «estado debilitado» por el miedo (T-2.IV.4:8), y Filón (o Platón, como creen algunos estudiosos) enseñó: «Se bondadoso, porque todo el que te encuentras está librando una dura batalla». Esta «dura batalla», en última instancia, es nada menos que la guerra del ego contra Dios, que conduce al terror de ser aniquilado. Por esto se nos dice que el miedo es el origen de todos los sueños (The Gifts of God, p.115; T-29.IV.2), tanto individuales como colectivos.
La bondad es un tema recurrente en lo que enseñamos en la Fundación, en seminarios, clases, artículos de la serie El Faro y libros. Mientras que no es una de las diez características de los maestros de Dios avanzados (Manual-4), la bondad sería claramente uno de los efectos naturales de subir la escalera hacia casa que bajamos con la separación (T-28.III.1:2). Este artículo explora este tema esencial, que nos protege de ser prisioneros de una adhesión a la letra metafísica de las «leyes» DE UCDM que descuidaría su espíritu de bondad. Al final, si no respetamos el derecho de la mente a elegir los sueños, le estamos negando su poder de despertar por medio de nuestros sueños de bondad. Después de todo «La Bondad me creó bondadoso» (Lección 67.2:4).
En efecto Jesús nos dice que se enseña mejor con el ejemplo (T-5.IV.5:1), y a través de los muchos años de su comunicación con Helen dio pruebas de este amoroso principio. Se puede resumir de manera sucinta en su declaración durante las primeras semanas del trabajo de escriba: «Si haces mi voluntad, lo sostendré. Si no, lo corregiré». Volveremos a esto más adelante, pero ahora vamos a discutir la relación de Jesús con su escriba, como un modelo consumado de bondad.
Nuestro modelo de bondad: El respeto de Jesús al ego de Helen:
«Te amaré, te honraré, y respetaré absolutamente lo que has hecho, pero no lo apoyaré a menos que sea verdad»
Muchos estudiantes de UCDM están familiarizados con el Servicio de Compras Supremo, que se refiere a Helen pidiendo ayuda a Jesús con su inveterada, si no adictiva, afición a ir de compras. Abundan los ejemplos, de muchos de los cuales puedo dar fe personalmente, de Helen consultando al Servicio gratuito de Jesús antes de salir a buscar una prenda de ropa que codiciaba y luego encontrarla «milagrosamente». Explico en mi Absence from Felicity: The Story of Helen Schucman and Her Scribing of ACIM (particularmente en el Capítulo 17) cómo las experiencias de Helen fueron en realidad simbólicas de sus propias decisiones tomadas con la mente sana, proyectadas en su vida como Helen relacionada con Jesús. Sin embargo, la experiencia de Helen era que el propio Jesús respondía de manera específica a sus necesidades específicas.
Helen no era ninguna tonta y ciertamente conocía la naturaleza defensiva de su adicción a ir de compras, como también era consciente del significado simbólico de Jesús. Fue incluso más obvio para nosotros dos durante los años que estuvimos juntos, pues pasamos muchas y largas horas recorriendo las tiendas de Manhattan en busca de los objetos especiales de Helen, a veces con Jesús, y a veces sin él. Muchas de esas horas eran obviamente defensas contra, o distracciones de, nuestra tarea de edición del manuscrito de UCDM, de estar envueltos en otras actividades relacionadas con el Curso, o de pedir ayuda a Jesús con sus diversos temores, ansiedades e intereses. Y sin embargo, ni una sola vez sintió Helen que Jesús la juzgara por esto. De hecho, para decirlo otra vez, ella experimentaba que él la estaba ayudando con estas actividades defensivas.
El Servicio de Compras Supremo acabó de repente una encantadora tarde de primavera cuando, al salir del Centro Médico, le pregunté a Helen dónde quería ir. Esto solía significar a los grandes almacenes de Lord & Taylor y B. Altman, o a las casi infinitas zapaterías de la Quinta Avenida y luego al oeste de la Quinta en la Calle 34. Para mi sorpresa, Helen anunció que «ello» (su eufemismo para la voz de Jesús) decía que ella ya no tenía necesidad de esto. Y eso fue lo que hubo. Nunca volvimos a ir de compras salvo para cosas esenciales.
Alguien podría ver el Servicio de Jesús como su manera de «posibilitarla», por utilizar una expresión actual, ya algo desgastada, pero hay otra manera de entender lo que es un ejemplo de enseñanza de lo más instructivo. La manera en que Jesús trataba a Helen reflejaba la quintaesencia de este principio espiritual: el amor es fuerte y verdadero cuando permite a la persona amada ser débil a base de su propia decisión de negar la fortaleza de la mente. La fortaleza del amor, como Un Curso de Milagros dice del Espíritu Santo, no exige, ni da órdenes, ni busca controlar (T-5.II.7:1-4). En su delicadeza intrínseca, el amor sencillamente le recuerda a la mente la fortaleza de Cristo que ella es y tiene a la vez, y espera con paciencia al momento en que el Hijo de Dios opte por corregir su error, elegir de nuevo, y acordarse de que es una mente que tiene el poder de elegir entre el Cielo y el infierno. Así refuerza el poder de la mente que toma decisiones para elegir de nuevo, cuando así lo desee, sabiendo que la verdad es el resultado seguro. Este es el significado último de la paciencia, que es una de las diez características de los maestros de Dios (Manual-4.VIII).
Desde su respeto a la mente de Helen, Jesús declaró lo que sigue para ella, y por supuesto para todos nosotros: «Te amaré, te honraré, y respetaré absolutamente lo que has hecho, pero no lo apoyaré a menos que sea verdad» (T-4.III.7:7).
Podemos ver cómo el amor de Jesús por Helen, e igualmente por cada Hijo de Dios, no coacciona ni impone culpabilidades, sino que su verdad se pone a un lado y deja sitio para que nuestras ilusiones hablen largo y tendido. Como tenemos demasiado miedo para experimentar la verdad que, en efecto, nos haría libres del ego y de su querer ser especial, confrontarnos directamente con las mentiras del ego generaría fácilmente una reacción de pánico que difícilmente nos conduciría a alcanzar la paz de Dios, la meta de cualquier espiritualidad. Al principio del texto leemos sobre esto en un pasaje destinado a ayudar a los estudiantes de Un Curso de Milagros a acordarse de la bondad del camino espiritual. Sin esta bondad, las enseñanzas intelectuales de Jesús no tendrían sentido. Está claro que Jesús nos está «permitiendo» utilizar remedios mágicos, reconociendo nuestro miedo al poder para curar que tiene la mente. Nótese especialmente la ausencia total de juicios, tal vez el aspecto más significativo del curso de Jesús, en la teoría y en la práctica: «Todos los remedios materiales que aceptas como medicamento para los males corporales son reafirmaciones de principios mágicos... Esto no quiere decir, sin embargo, que el uso de tales agentes con propósitos correctivos sea censurable. A veces la enfermedad tiene tan aprisionada a la mente que temporalmente le impide a la persona tener acceso a la Expiación. En ese caso, tal vez sea prudente usar un enfoque conciliatorio entre el cuerpo y la mente [esto es, entre magia y milagro] en el que a algo externo se le adjudica temporalmente la creencia de que puede curar. Esto se debe a que lo que menos puede ayudar al que no está en su mente recta o al enfermo, es hacer algo que aumente su miedo. De por sí ya se encuentra en un estado debilitado debido a éste. Exponerle prematuramente a un milagro podría precipitarle al pánico» (T-2.IV.4:1,4-9).
El asunto aquí es que la magia de nuestras defensas se necesita hasta que el miedo al amor amaine lo bastante para permitir que la luz de la verdad resplandezca de nuevo en la mente que ha estado acobardada en los escondrijos oscuros del miedo. Jesús, por tanto, nos proporciona un ejemplo poderoso, aunque suave, de cómo tenemos que tratar con las ideas y la conducta mágicas de la gente: amando a la persona, honrando el poder de elegir que la mente tiene y respetando su decisión, aunque esté basada en el miedo. La bondad de este enfoque de compromiso ante la magia es el tema de la siguiente sección.
La bondad de la magia
«De nada te serviría el que yo menospreciase el poder de tu pensamiento»
En UCDM, la magia es cualquier cosa externa que usamos para obtener placer o aliviar el dolor. La magia, por tanto, va desde nuestra búsqueda de la satisfacción de las necesidades básicas de la vida física como oxígeno, agua y comida, sin los cuales, naturalmente, nuestro cuerpo perecería, hasta nuestra necesidad de relaciones especiales con gente, sustancias y objetos materiales, sin los cuales nuestros cuerpos psicológicos perecerían. Así, en nuestra experiencia, la magia hace real al cuerpo, y su seguridad, bienestar y libertad del dolor y de la muerte, se convierten en nuestro único interés.
Reconocer el papel de la magia se vuelve más fácil cuando la ponemos junto al milagro. Dicho con sencillez, la magia ve los problemas como algo externo y busca siempre la manera de resolverlos por medio de lo externo. El milagro, por otra parte, refleja la visión de Cristo que ve todos los problemas como proyecciones de decisiones interiores («El mundo que ves se compone de [...] la imagen externa de una condición interna» [T-21.In.1:2,5], y por tanto el milagro siempre busca encontrar la solución interna de la mente sana. Y como la busca, con certeza la encontrará.
Sin embargo, como uno no puede vivir en el mundo como un cuerpo sin practicar la magia, el milagro empieza su trabajo de curación reconociendo nuestra implicación en el mundo material, y luego llevándonos de vuelta a la «condición interna» de la actividad mental de tomar decisiones. Como ya hemos expresado en estas páginas, hay un paralelismo entre este papel de los milagros y la famosa afirmación de Freud en su Interpretación de los sueños: «La interpretación de los sueños es el camino real al conocimiento de las actividades inconscientes de la mente». Sin la expresión externa (o proyección) del sistema de ideas de la mente, no tendríamos manera de ganar acceso a ella. El velo del olvido (más bien un telón de acero) que el ego dejó caer entre nuestros cuerpos y mentes, nos impide volver al único poder del universo que puede resolver nuestros problemas y salvarnos de los infiernos personales y colectivos en los que todos nos encontramos. Este poder es la capacidad de elegir que tiene la mente.
Por consiguiente, sólo podemos equivocarnos mientras nos experimentemos a nosotros mismos en el mundo de lo material. Después de todo, venir aquí por medio del nacimiento buscando escondernos de la mente en un cuerpo, fue en sí mismo un error. Pero en las manos de Jesús o del Espíritu Santo, estas equivocaciones se convierten en el medio donde aprender a distinguir entre verdad e ilusión, alegría y dolor, libertad y prisión: «Ésta es la percepción benévola que el Espíritu Santo tiene del deseo de ser especial: valerse de lo que tú hiciste para sanar en vez de para hacer daño» (T-25.VI.4:1).
La separación de nuestro Origen fue la primera y, en verdad, la única equivocación que hemos cometido nunca. Todas los demás errores tienen su origen en este primero, y el ego nunca ha salido de su origen. Como enseña el texto: «El brevísimo lapso de tiempo en el que se cometió el primer error -en el que todos los demás errores están contenidos...» (T-26.V.3:5).
Pero ese único error está sepultado en el tiempo y aparentemente para siempre inaccesible a la corrección, al menos en esa forma. Leemos en el manual del maestro: «El tiempo, entonces, se remonta a un instante tan antiguo que está más allá de toda memoria, e incluso más allá de la posibilidad de poder recordarlo. Sin embargo, debido a que es un instante que se revive una y otra vez, y de nuevo otra vez, parece como si estuviese ocurriendo ahora» (M-2.4:1-2).
Como nuestros errores se experimentan en lo que creemos que es el presente, necesitamos corregirlos en las formas en que creemos que han ocurrido. Por lo tanto también leemos: «Cada día, y cada minuto de cada día, y en cada instante de cada minuto, no haces sino revivir ese instante en el que la hora del terror ocupó el lugar del amor» (T-26.V.13:1).
En otras palabras, la estructura de la mente es vertical y no horizontal, como la ilusión de la dimensión lineal del tiempo, y así los errores que parecemos estar cometiendo ahora, no son más que los fragmentos ensombrecidos de la decisión, antigua y actual de la mente de estar separada de la Unicidad y del Amor perfectos. Una vez más, el que no nos acordemos de la separación ontológica no importa, porque revivimos la misma equivocación todas y cada una de las veces que vemos a otro como separado de nosotros, con intereses que no son los nuestros. Y por ser el mismo error, corregir el pensamiento específico de ataque que parece tener lugar en nuestro mundo material, corrige el instante del «pecado» que cometimos como un solo Hijo.
¿Y qué fue exactamente lo que ocurrió en aquel instante en el que la hora del terror ocupó el lugar del amor? Con certeza que no fue la hora del terror en sí misma, porque ¿cómo podría haber ocurrido lo imposible de verdad? Otra vez necesitamos consultar el manual: «En el tiempo esto ocurrió hace mucho. En la realidad, nunca ocurrió» (M-2.2:7-8).
Lo que ocurrió fue nuestra reacción a la aparente separación, la propia idea mágica de la separación nunca ocurrió. Confrontados con la imposibilidad de que la «Unicidad unida cual Una sola» (T-25. I.7:1) estuviese dividida y fragmentada, «nos tomamos en serio una diminuta y alocada idea, de la que nos olvidamos de reírnos» (T-27.VIII.6:2). Nuestra comprensión de que las ilusiones sencillamente no ocurren en la realidad, significa que la equivocación nunca pudo haber sido lo que nunca pudo haber ocurrido, sino que sólo fue nuestro tomar en serio este sueño demencial lo que ocurrió. Fue aquel momento de locura el que dio a luz al ego, y al mundo material que pareció surgir como un hecho dentro del instante de la locura (T-27.VIII.6:3).
Naturalmente todo esto fue mera magia, pues sólo nació la ilusión (recuerda que a los magos de nuestro mundo se les llama a veces ilusionistas). Hablando del instante en que la ilusión de la separación tomó existencia, seguida por la ilusión de un universo espacio-temporal, Jesús nos ofrece este pasaje cargado de sentido del libro de ejercicios: «El tiempo es un truco, un juego de manos, una gigantesca ilusión en la que las figuras parecen ir y venir como por arte de magia» (Lección 158.4:1).
Por ilusorio que sea, la magia del ego nos seduce con la promesa, como en las leyendas de Fausto en las que aparece como Mefistófeles, de satisfacer los deseos de nuestro corazón. Estos al final se funden en un único deseo de existencia eterna como ser individual y especial, autónomo y libre. Sin embargo, UCDM nos hace preguntarnos: ¿y si nos hubiéramos acordado de reírnos de esta mágica idea ontológica de separación, por la que soñamos haber logrado lo que queríamos, la independencia de la unidad indiferenciada de la Divinidad? Si hubiéramos elegido la cordura en vez de esta locura, la respuesta bondadosa y suave de Espíritu Santo en lugar de la severa y terrorífica del ego, entonces no habría sucedido nada y el sueño, con sus ideas concomitantes de pecado, culpabilidad y miedo, se habría terminado en el mismo instante en que pareció ocurrir. No podrían haber tenido ningún efecto en la unidad indiferenciada de la Divinidad, que incluye al Creador, los creados y las creaciones de los creados: «Hace mucho que este mundo desapareció. Los pensamientos que lo originaron ya no se encuentran en la mente que los concibió y los amó por un breve lapso de tiempo. [...] Todos los efectos de la culpabilidad han desaparecido, pues ésta ya no existe» (T-28.I.1:6-7;2:1-2).
Lo que se deduce claramente de estos hechos –y este es el núcleo de las enseñanzas de Jesús en UCDM–, es que el problema nunca fue la diminuta y alocada idea, que sigue sin existir. Es siempre y solamente cómo respondemos a la idea inexistente (por ser demencial) de la separación. Es el tomarnos en serio las ideas y acciones mágicas (que son una y la misma cosa) lo que necesita corrección, no el pensamiento o la conducta, que son mera ilusión. Eso es lo que quiere decir este significativo pasaje del manual: «Tal vez sea útil recordar que nadie puede enfadarse con un hecho. Son siempre las interpretaciones las que dan lugar a las emociones negativas, aunque éstas parezcan estar justificadas por lo que aparentemente son los hechos» (M-17.4:1-2).
Las implicaciones de esto son enormes, pues lo anterior significa que nunca estamos disgustados —¡nunca!— por la razón que creemos (Lección 5); esto es, no son las relaciones, situaciones o acontecimientos (los hechos) aparentemente externos de nuestras vidas los que nos causan dolor (o placer, que para el caso es lo mismo), sino sólo la manera de mirarlos (la interpretación) que nuestras mentes eligen. Esto tiene que ser verdad si el principio clave del curso «Las ideas no abandonan su fuente» es verdad. Si la idea de la separación nunca ha salido de su origen en la mente por medio de la proyección, entonces no puede haber ningún mundo fuera de la mente que lo está soñando, y menos aún tener efecto sobre nosotros.
Y entonces ¿cómo podemos disgustarnos por lo que no está ahí? De hecho ¿es que siquiera hay alguien ahí que pueda disgustarse? No hay ningún mundo, sólo la creencia de la mente en que lo hay. Una vez más, el mundo es sólo magia pura y simple: una ilusión que es la proyección de una idea ilusoria, un pensamiento engañoso que ha traído percepciones alucinadas – una mala solución de un problema que no existe. Si nos disgustamos por la magia del mundo, en nosotros mismos o en los demás, sólo puede ser porque hemos elegido hacer real la idea mágica de la separación. ¿Qué otra cosa podría ser? Atribuirle nuestro disgusto o nuestra paz a cualquier otra cosa, no es más que una estratagema del ego para mantenernos separados, para demostrar que tenemos razón y que Dios se equivoca. El principio de la Lección 70 deja esta dinámica fundamental del ego más clara que el agua: «… nada externo a ti puede salvarte ni nada externo a ti puede brindarte paz. [...] nada externo a ti te puede hacer daño, perturbar tu paz o disgustarte en modo alguno» (Lección 70.2:1-2).
Suponiendo que aceptamos la validez de esta idea, y en cierto sentido no seríamos estudiantes de Un Curso de Milagros si no la aceptásemos, necesitamos preguntarnos por qué seguimos negando este principio metafísico permitiéndonos a nosotros mismos tomar, por ideas y conductas mágicas, disgustos que sólo sirven para hacer real la ilusión de la separación. La respuesta yace en que apreciamos los efectos de semejante práctica. A continuación del pasaje citado anteriormente leemos: «¿Por qué querrías conservarla [la culpabilidad] en tu memoria, a no ser que deseases sus efectos?» (T-28.I.2:4).
Los efectos de la culpabilidad, los efectos de nuestro pensamiento mágico –y disgustarse por la magia de otro es en sí mismo mágico–, refuerzan nuestra identidad como seres individuales y especiales. El ser personal sólo puede existir en el universo dual que surgió de tomar en serio la idea diminuta y alocada de la separación. Y este es el error que repetimos y reforzamos cada vez que vemos las ideas, sentimientos, palabras o actos mágicos (léase alocados) de otro como merecedores de nuestra atención embelesada y de grave respuesta.
El siguiente pasaje de la sección ya mencionada del manual, “¿Cómo lidian los maestros de Dios con los pensamientos mágicos?”, se hace eco de nuestra motivación: «La manera de lidiar con la magia es [...] una de las lecciones fundamentales que el maestro de Dios tiene que aprender cabalmente. [...] Si un pensamiento mágico despierta hostilidad [o juicio] -de la clase que sea- el maestro de Dios puede estar seguro de que está reforzando su propia creencia en el pecado y de que se ha condenado a sí mismo» (M-17.1:4,6).
Viendo el pecado en otro, protegemos la proyección de nuestra propia creencia en el pecado, usando por tanto la magia para fortalecer la fe en la mágica idea ontológica de habernos separado de nuestro Creador y Origen. Esta es la razón por la cual hacemos real la locura mágica del otro en nuestra percepción, justificando una respuesta con la misma moneda. Siempre hay método en la locura del ego, y el objetivo de nuestras respuestas demenciales es nada menos que demostrar que Dios se equivoca y nuestros seres separados tienen razón. Parafraseando al libro de ejercicios, podemos decir: «Mas si la magia es real, entonces no hay ningún milagro y por tanto es Dios quien no existe» (Lección 190.3:4).
Jesús ofrece otro ejemplo de demostración de una enseñanza bondadosa y amorosa en lo que hoy es el Capítulo 2 del texto. Originalmente fue una discusión entre Jesús y Helen, quien fue a su maestro con ciertos miedos externos. La de él fue una respuesta con dos flancos. Claramente Jesús respetaba la decisión de Helen de tener miedo, y a la vez le recordaba su verdadero problema, la decisión de su mente de estar separada de él: «Deshacer el miedo es tu responsabilidad. Cuando pides que se te libere del miedo, estás implicando que no lo es. En lugar de ello, deberías pedir ayuda para cambiar las condiciones que lo suscitaron. Esas condiciones siempre entrañan el estar dispuesto a permanecer separado» (T-2.VI.4:1-4).
Después de declarar la sencillez del problema y por tanto de la respuesta, de los cuales somos los únicos responsables, Jesús continuó explicando lo que había detrás de su declaración anterior: «Si me interpusiese entre tus pensamientos y sus resultados, estaría interfiriendo en la ley básica de causa [la decisión de estar separado] y efecto [el miedo]: la ley más fundamental que existe. De nada te serviría el que yo menospreciase el poder de tu pensamiento. Ello se opondría directamente al propósito de este curso» (T-2.VII.1:4-6).
De esta manera Jesús le recuerda a su escriba, y a todos sus estudiantes, que el objetivo de UCDM es devolver la atención a la mente que toma decisiones, que es la única causa de los problemas que percibimos y el único medio para corregirlos. Este es el papel del milagro, como ya hemos visto, por que corrige las creencias en la realidad de la magia, incluyendo la de la necesidad de magia. Es también la base de nuestra bondad hacia los demás, que nos permite centrarnos sólo en nuestra reacción a lo que percibimos, sin juzgar a nadie. La bondad del milagro nos lleva a ejemplificar el juicio del Espíritu Santo: «alguien expresa amor o lo pide» (T-12.I.8-10; T-14.X.7:1). En cualquier caso, nuestra respuesta sería amorosa: compartiendo el amor o respondiendo con amor a la petición de amor.
Así pues, nuestro enfoque cambia de las distintas formas de la magia a nuestras reacciones, y esto es nada menos que cambiar de juzgar a la bondad, respetando el miedo de la gente como una petición de un amor que no creen merecer porque creen que lo traicionaron.
Ser modelos de bondad: respetar a nuestro ego y al de los demás
«Sueña dulcemente con tu hermano inocente, quien se une a ti en santa inocencia»
Una vez que somos capaces de compartir la percepción del Espíritu Santo, Sus ojos se vuelven los nuestros. Con tal visión, el amor se vuelve la única idea en nuestras mentes y entonces es imposible creer que los pensamientos, sentimientos o acciones de otro puedan tener ningún efecto sobre nosotros. Esto nos libera para que el amor dentro de nuestras mentes sanas, ya sin el estorbo de culpabilidades y proyecciones, odios y juicios de la mente enferma, se extienda a través nuestro para abrazar a todos aquellos con quienes estamos e incluso a aquellos en quienes pensamos. En este abrazo, que es la esencia del perdón, nuestros hermanos que han tomado una opción equivocada pueden ser corregidos suavemente por la visión de Cristo. El siguiente pasaje del manual articula claramente cómo se manifiesta esta visión en el mundo de la percepción ante el uso mágico de la enfermedad por el ego. Es un paralelismo con el juicio del Espíritu Santo sobre las dos categorías, expresiones de amor o peticiones de amor: «Los ojos del cuerpo continuarán viendo diferencias. Pero la mente que se ha permitido a sí misma ser curada, dejará de aceptarlas. [...] Mas la mente curada los clasificará a todos de la misma manera: «como irreales. [...] al clasificar los mensajes que la mente recibe de lo que parece ser el mundo externo sólo dos categorías son significativas. Y de éstas, sólo una es real» (M-8.6:1-2,4-6).
¿Cómo funciona en la práctica esta visión? ¿Cómo se traduce nuestra percepción curada a curar a los demás y corregir su pensamiento mágico? Recuerda el comentario de Jesús a Helen que cité antes, si ella hacía su voluntad él lo sostendría, y si no, él lo corregiría. Esto no puede significar que nosotros corregimos la conducta mágica, pues esto sería caer en la trampa del ego y hacer real al cuerpo, centrándonos en la distracción en lugar de en el problema de la mente. Se nos dice en el texto que la manera de salir del sufrimiento es ver el problema tal como es, y no de la manera en que lo hemos urdido (T-27.VII.2:2). Esto significa que no miramos a la conducta mágica sino al pensamiento mágico que llevó a esa conducta. Y ese pensamiento es la creencia en que pudimos separarnos del amor, proyectar la culpabilidad en el cuerpo –el nuestro y el de los demás–, y así librar a nuestras mentes de su miedo al castigo.
En consecuencia, es la idea de la separación del amor la que necesita deshacerse. No necesita una corrección agresiva pues no hay nada que corregir. En lugar de eso, la equivocación mágica se corrige sencillamente demostrando que nuestro amor no ha sido afectado por el loco deseo de atacarlo con el afán de ser especial. Deshacer, por tanto, se hace en el nivel de la mente, que es el único nivel que hay. En presencia de quienes manifiestan síntomas de la enfermedad mental de la separación, ejemplificamos la visión de Cristo, pidiendo a nuestros hermanos «enfermos» que elijan de nuevo: «Los maestros de Dios van a estos pacientes representando otra alternativa que dichos pacientes habían olvidado [...] y exhortan dulcemente a sus hermanos a que se aparten de la muerte: "¡He aquí, Hijo de Dios, lo que la Vida te puede ofrecer! ¿Prefieres elegir la enfermedad en su lugar?"» (M-5.III.2:1,11-12).
¡Qué sencilla es nuestra vida aquí cuando hemos elegido ver en vez de juzgar (T-20.V.4:7)! «Sin nada que extender que no sea amor, no hay culpabilidad que proyectar. El milagro llega fácilmente a sustituir a la magia del ego, y los sueños de odio y desprecio le ceden suavemente el paso a sueños felices de perdón. Por fin nos hemos acordado de reírnos de la tontería de creer que podíamos estar apartados de nuestro creador, o de cualquier fragmento aparentemente separado de la Filiación que Él creó una consigo mismo» (T-27.VIII.6:2). Nuestro perdón bondadoso a los demás nos prepara para el siguiente paso, con ojos que despiertan suavemente a la realidad de la que nunca salimos, a la casa que nuestro Padre siempre ha conservado para nosotros, como leemos ahora: «Sueña dulcemente con tu hermano inocente, quien se une a ti en santa inocencia. Y el Mismo Señor de los Cielos despertará a Su Hijo bien amado de este sueño. Sueña con la bondad de tu hermano en vez de concentrarte en sus errores. Elige soñar con todas las atenciones que ha tenido contigo, en vez de contar todo el dolor que te ha ocasionado» (T-27.VII.15:1-4).
Despertar de nuestros sueños
«Dios dispuso que su despertar fuese dulce y jubiloso, y le proporcionó los medios para que pudiese despertar sin miedo»
Si el perdón es un reflejo del amor del Cielo, entonces también la bondad será su reflejo. Es la forma suave –para nosotros y para los demás– de hacer el viaje desde las pesadillas al despertar a través de sueños felices de corrección: «Mas ese sueño es tan temible y tan real en apariencia, que él no podría despertar a la realidad sin verse inundado por el frío sudor del terror y sin dar gritos de pánico, a menos que un sueño más dulce precediese su despertar [...] Dios dispuso que su despertar fuese dulce y jubiloso, y le proporcionó los medios para que pudiese despertar sin miedo» (T-27.VII,13:4-5).
La bondad con los demás es, por tanto, la forma por excelencia de negociar las aguas traicioneras de las relaciones especiales de amor y odio mágicos que constituyen el arsenal de defensas del ego. Reconocemos que los sueños de pérdidas, culpabilidad y juicio de nuestros hermanos son sólo aulas de enseñanza, con certeza rodeos, pero toda la vida aquí es un rodeo en el viaje sin distancia a nuestra verdadera Vida. No hay una jerarquía de rodeos en el sentido de que uno sea mejor o peor que otro. Nuestras valoraciones de los rodeos sólo dependen de a qué objetivo sirven en el sendero de la Expiación. Por tanto, nuestra elección entre juzgarlos o perdonarlos no representa más que la decisión de nuestra mente entre seguir dormida o despertar. ¿Quién que no esté loco elegiría sueños de juicios y de odio en lugar de los suaves sueños de bondad, cuando está claro que no soñamos más que para nosotros mismos, y que cada sueño es un reflejo de la elección entre «ocupar el lugar que nos corresponde entre los salvadores del mundo, o quedarnos en el infierno y mantener a nuestros hermanos allí?» (T-31.VIII.1:5).
Y así, por fin, nos unimos a nuestro hermano Jesús en la orilla exterior de los sueños; en los verdes prados del Cielo con las manos extendidas hacia nuestros compañeros de viaje, dando la bienvenida a todos y a cada uno –sin excepciones– según cruzan el portal que lleva más allá de los sueños a la vida eterna. Nuestras voces se hacen eco de las palabras que Jesús dijo una vez a Helen, una oración de oraciones que refleja el cierre del viaje y el fin del soñar: «Qué bello eres tú que te alzas junto a mí en el portal, y pides conmigo que todos vengan y se aparten del tiempo. Saca la mano para tocar la eternidad y desaparecer en su descanso perfecto. Aquí está la paz que Dios quería para el Hijo a Quien ama. Entra conmigo y deja que su calma cubra la tierra para siempre. Se ha terminado. Padre, tu voz nos ha llamado a casa por fin: el sueño se ha ido. Despierta Hijo Mío en el amor» (The Gifts of God, pp. 122-23).
NOTA: Helen no recordaba exactamente esos versos. Son de “Aedh desea los Tapices del Cielo”de Yeats, y el poema completo es como sigue:
«Si tuviese el tapiz bordado de los cielos,
trabajado con luz dorada y plateada,
los tapices azules, y los tenues, y los oscuros de la noche,
y de la luz, y de la media luz,
extendería esos tapices a tus pies.
Pero como soy pobre sólo tengo mis sueños.
He extendido mis sueños a tus pies;
pisa con delicadeza, porque pisas en mis sueños»
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