OLOR A ABEJA Y A COLMENA

 

Libera Tu Ser - Artículos Ciencia/Belleza/Salud/Medioambiente: "OLOR A ABEJA Y A COLMENA"


Publicado en Revista Integral - Nº 401

 

La crisis que afecta a la apicultura parece deberse a un complejo conjunto de causas. Para superarla resulta imprescindible la colaboración de todos los “actores” implicados. Sin embargo, crecen las dudas de que los fabricantes de insecticidas y los organismos de control estén realmente por la labor.

La vida de las abejas, escrito en 1928 y reeditado por Editorial Planeta en 2008, continúa siendo una obra capital, tanto por el amor al mundo de la apicultura que transpira, como por su calidad literaria. Su autor, el belga Maurice Maeterlinck, premio Nobel de literatura en 1911, recoge en ella una cita que advierte que una argumentación sobre apicultura resulta menos creíble si no “huele a abeja ni a colmena”. Casi noventa años sigue siendo oportuna en el debate sobre la grave crisis que desde hace años viene afectando a la apicultura.

La causa se debe a un conjunto de factores que parecen interactuar entre sí: cambios en el ecosistema debido a la creciente urbanización del territorio; aumento de las superficies dedicadas a la agricultura intensiva, especies parasitarias ya conocidas a las que se añaden otras llegadas a caballo de la globalización, cambio climático, uso masivo de herbicidas y pesticidas…

Diversos estudios científicos, como el del francés INRA (Institut Narional de la Recherche Agrononomique), señalaban en 2012 la responsabilidad concreta de ciertos componentes –neonicotinoides- de insecticidas muy utilizados y que atacan al sistema nervioso de las abejas y otros insectos necesarios para la polinización. La consecuencia es el denominado CCD (Colony Collapse Disorder), que en síntesis comporta un alarmante crecimiento del porcentaje de abejas que se muestran incapaces de regresar a sus respectivas colmenas. Por esta razón, Greenpeace pidió en abril la prohibición de varios pesticidas.

Si se sabe que estos productos pueden ser tan dañinos para la apicultura, y afectan además a otros insectos polinizadores, con la consiguiente amenaza para la biodiversidad, ¿por qué se siguen comercializando? Una de las fórmulas es la que a finales del mes de marzo denunciaba el Consejo de Defensa de Recursos Naturales (NRDC en inglés). Un informe de esta organización estadounidense detalla el laberinto burocrático de la agencia americana de protección medioambiental (EPA), que permite que una autorización provisional para más de 11.000 pesticidas, se convierta en la práctica en indefinida sin pasar los debidos controles. A juicio de la NRDC, es lo que ha ocurrido en el caso de los citados insecticidas.

No es un caso aislado que un determinado producto químico siga disponible sin haber probado suficientemente su idoneidad, o que se aplace durante años su prohibición incluso cuando se ha probado científicamente su peligrosidad. Una y otra vez se constata que el descontrol interesado, la presión de los fabricantes, la confusión originada por investigaciones sesgadas, el peso económico y laboral de esta industria, junto a los compromisos electorales siguen pudiendo más que las organizaciones de consumidores, ecologistas y pequeños campesinos perjudicados.

Así que a lo que huele esta parálisis interesada no es precisamente a abejas y colmenas. Es otro ataque directo a la apicultura, una actividad hasta ahora sostenible que da trabajo a miles de pequeños profesionales, que contribuye a la economía de muchas zonas rurales y de la que depende nuestro suministro de miel, cera, jalea real y otros valiosos productos para la alimentación y la salud humanas. Un nuevo ataque a la salud.

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