NUNCA TE OLVIDES DE REÍR
CAROL M. HOWE
Primera parte: De la Infancia a la Jubilación – Del Capítulo 1
Muchos estudiantes de Un Curso de Milagros están familiarizados con esta declaración frecuentemente citada:
«Una diminuta y alocada idea, de la que el Hijo de Dios olvidó reírse, se adentró en la eternidad, donde todo es uno. A causa de su olvido, ese pensamiento se convirtió en una idea seria, capaz de lograr algo, así como de tener efectos reales. Juntos podemos hacer desaparecer esas cosas riéndonos de ellas, y darnos cuenta de que el tiempo no puede afectar a la eternidad. Es motivo de risa pensar que el tiempo pudiese llegar a circunscribir a la eternidad, cuando lo que esta significa es que el tiempo no existe.»
Si alguna vez hubo alguien que aprendió a reírse del absurdo de la condición humana, ese fue Bill Thetford. Estaba dotado de un excelente sentido del humor y le encantaba hacer bromas, pequeñas y grandes, sobre sí mismo y sobre los demás. Hay una oración en la liturgia de la Iglesia episcopaliana que comienza así: «Dios Todopoderoso, al que todos los corazones están abiertos, para quien todos los deseos son conocidos y a quien no se pueden ocultar secretos…». Bill era la versión mortal de esa omnisciencia. Para él, los demás seres humanos eran transparentes, un libro abierto… y a menudo un libro cómico. La ligereza de su corazón lo distinguía, pues era capaz de ver la comedia en las posturas serias del ego. No obstante, no se reía de la gente, sino de las ideas, las creencias y los autoengaños que practicamos y atesoramos.
Él tenía sus propios problemas, por supuesto. En ocasiones parecía deprimido o cargado de dificultades. Pero, antes o después, recuperaba su equilibrio emocional, la chispa volvía a sus ojos y contaba sus historias desternillantes. Cuando podemos reírnos de los dramas, de las circunstancias anteriormente infelices de nuestras vidas, sabemos que estamos curados. Cuando nos aproximamos a cualquier aspecto de nuestra vida con un planteamiento rígido y sin humor, aún nos queda trabajo por hacer. El divertido sentido del humor de Bill llenaba su vida, y creo que es la característica que más le gustaría que se recordara de él.
Mientras acababa las entrevistas para este libro, Hugh Prather –autor de superventas y uno de los confidentes de Bill- y yo recordamos el regalo que él fue para nosotros, especialmente lo ingenioso y divertido que era. Una de las primeras historias del Curso, y una de las favoritas de Bill, que la contaba con risa tierna, trata de un caballero que descubrió su dirección en Manhattan y vino a llamar a su puerta. Cuando Bill respondió, el hombre le anunció con seriedad que era un estudiante de Un Curso de Milagros y que el Espíritu Santo le había dicho que lo buscara y le pidiera diez mil dólares. Sin perder el compás, Bill le respondió que el Espíritu Santo lo había puesto al corriente de su petición y le había indicado que no se los diera. Aún puedo ver el deleite de la sonrisa de Bill cuando contaba historias entretenidas sobre la humanidad en general y sobre los dramas relacionados con el Curso en particular. A menudo decía que debía escribir un libro titulado Locuras sobre Un Curso de Milagros, para contar las aventuras vividas mientras traían este material al mundo, así como algunas de las extrañas ideas y de las falsas percepciones que se han perpetuado en su nombre. Estas ocurrencias le parecían más divertidas que alarmantes, y todos nos beneficiábamos emulando su actitud alegre.
¿Por qué escribir un libro sobre Bill ahora, años después de la publicación del Curso en 1975, y de su muerte en 1988? A Helen le plantearon una pregunta similar: ¿Por qué había oído la «Voz» a partir de 1965 y no en algún otro momento? Su respuesta es aplicable tanto a UCDM como a la biografía de Bill:
«Se me dio una especie de ‘explicación’ mental… en forma de una serie de pensamientos relacionados que atravesaron mi mente en rápida sucesión y compusieron una totalidad razonablemente coherente. Según esta ‘información’, la situación mundial estaba empeorando a un ritmo alarmante. Personas de todo el mundo estaban siendo llamadas a ayudar y estaban realizando sus contribuciones individuales como parte de un plan general pre organizado. Aparentemente yo había accedido a tomar nota de un curso de milagros que me iba a ser transmitido. La Voz estaba cumpliendo su parte del acuerdo como yo cumpliría con la mía. Yo usaría capacidades que había desarrollado hacía mucho tiempo, y que no estaba preparada para volver a usar. No obstante, por lo agudo de la emergencia, el proceso evolutivo de desarrollo espiritual, generalmente lento, se estaba pasando por alto en lo que podía describirse como una ‘aceleración celestial’. Podía sentir la sensación de urgencia que estaba detrás de esta ‘explicación’, independientemente de lo que pensara de su contenido. Se me transmitió el sentimiento de que el tiempo se estaba agotando.»
Recuerdo que Bill utilizó esta expresión, «aceleración celestial», en nuestra primera conversación: parecía extraña, pero precisa. Ahora, treinta años después, aún lo es más. Nuestro mundo parece cada vez menos estable, más complejo. Los años se mueven a un ritmo acelerado. William (Whit) Whitson, a quien introduciré más adelante en esta cronología, escribe: «Sin saberlo, Bill y Helen habían avisado y armado a Estados Unidos con antelación, para lo que Helen creía que iba a ser una crisis social y metafísica inminente». Ahora parece que dicha crisis se cierne sobre nosotros.
Un Curso de Milagros nos recuerda que estamos completamente confundidos con respecto a lo que es valioso y lo que no lo es. Nuestros valores están vueltos del revés y cabeza abajo: ponemos mucha atención en lo que no es importante e ignoramos constantemente lo que sí lo es. Creemos que nuestras acciones y su influencia son de gran importancia, pero que nuestros pensamientos son un asunto privado, algo invisible y silencioso que no cuenta mucho. De ahí que prestemos mucha atención a los aspectos externos de nuestra vida –nuestra profesión, nuestras posesiones materiales, el rostro que presentamos al mundo-, mientras olvidamos nuestros procesos internos.
Por este motivo comenzaré a relatar la historia de Bill por los puntos destacados de su vida externa: los primeros tiempos, sus trabajos, sus principales intereses (lo que lo atraía y fascinaba). Esto nos servirá de marco para familiarizarnos con su vida interior: sus elecciones, sus luchas, sus dones y, sobre todo, su presencia amorosa. Observaremos su avance constante hacia su liberación del ego -«que bloque la conciencia de la presencia del Amor»-, un camino que los demás debemos imitar si queremos estar alegres, ser libres, sentirnos seguros y cuidados.
Si pensamos que la vida de Bill fue más fácil o encantadora que la de los demás, y que vivir el Curso fue menos difícil para él, podemos desengañarnos al analizar sus primeros años, que cobran vida a través del ensayo Vuelvo a vivir, que elaboró como tarea para la asignatura de inglés a la edad de quince años…
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