NO LE DARÉ VALOR A LO QUE NO LO TIENE
Por Anna Horno
Como consecuencia de tu culpa inconsciente, vida tras vida, sueño tras sueño, has estado cargando con un profundo sentimiento de indignidad, desmerecimiento e inadecuación. Todo ello te ha conducido a creer que no estás completo y que lo que necesitas se encuentra en el mundo, y por tanto, fuera de ti.
Al negarte a aceptar que Dios es tu Fuente, crees que la fuente de felicidad está en alguna otra parte. Lo mismo sucede con tu seguridad, tu sustento, tu paz, tu amor… incluso tu salvación, y es que en última instancia, esa es tu verdadera búsqueda, oculta bajo miles de nombres y formas o aspectos que parecen ser diferentes.
Has sustituido tu verdadera Fuente por los ídolos que el mundo te ofrece. Cada creencia sobre la que depositas tu lealtad, se convierte así en un «falso ídolo», un testigo que te habla de muerte y te reafirma en el miedo y que consideras más valioso que Dios. Renunciar a todos tus ídolos, es el único cometido de valor aquí, pues es mediante esta renuncia, que reconocerás al Único y Verdadero Ídolo: Dios. Y te centrarás en la verdadera y única búsqueda que tiene sentido: encontrar a Dios dentro de ti.
El ego te ha enseñado a buscar donde es seguro que no encontrarás jamás, pero aun así, continúas intentándolo. El ego te ha enseñado que si te sientes amenazado, es porque no tienes suficiente dinero, o te falta un buen hogar. El ego te ha enseñado que si no tienes amor, es porque no has encontrado a tu pareja ideal, o porque tu familia y amigos no son los más indicados. También te ha enseñado que tu poder reside en imponer tus ideas sobre las ideas de los demás, pero eso, amigo mío, no es verdadero poder. Tu poder radica en el reconocimiento de tu invulnerabilidad.
El ego te ha enseñado que para ser feliz, necesitas obtener el mayor número de cosas materiales, que te proporcionan un sentimiento pasajero de éxito y abundancia, tan fugaz como las estrellas en ese firmamento que observas. El ego te ha hecho creer que mediante los resultados que se derivan de tu experiencia en el mundo, te salvas o te condenas. Pero tus experiencias en manos del ego, son meras distracciones ocultando tu auténtica necesidad: regresar al Amor.
El ego intenta garantizar su supervivencia mediante tu búsqueda incesante y mal orientada, pero ha llegado el momento de que te des cuenta de que esa persecución está condenada al fracaso. No obstante, sólo tu decisión puede colgarle a tu búsqueda el cartel de «fin».
Todo lo que el mundo te ofrece es perecedero. Depositar tu felicidad, tu plenitud, tu seguridad o tu amor en lo temporal, hace que todos estos, los atributos que definen tu condición de Ser, se conviertan en simples emociones pasajeras, condicionadas por unos resultados que no dependen de ti, tan variables e inestables como los caprichos de un niño. ¡Pobres sustitutos de la Verdad, que tú mismo inventaste para mantener al Amor alejado de ti!
¿Qué te garantizan los sustitutos?, tan sólo una cosa: sufrimiento. Dependes de ellos, pero ellos no fueron creados bajo el principio de eternidad, así que en algún momento desaparecerán. Ésta es la diferencia básica entre lo que procede de Dios y lo que procede del ego. La experiencia de Dios, para ser real, debe ser permanente y absoluta. Ya dijimos que el Amor no experimenta opuestos. La Verdad es eterna e inmutable.
Mi querido amigo, construye tu Hogar sobre roca y no sobre arena. La roca es sólida, la arena puede ser removida con un ligero soplo de viento; la roca es firme, en tanto que la arena, no resiste demasiada presión. ¿Recuerdas el cuento de «Los tres cerditos»?... hagamos como el hermano mayor, para que cuando los vientos soplen con fuerza, y las «dificultades» de la vida pretendan azotar nuestros corazones y hacernos tambalear, nuestra «casa» se mantenga serena y perfectamente a salvo. He aquí el fin de todo aparente sufrimiento…
Sufres porque has olvidado quién eres y quién es el que viaja a tu lado. Sufres porque has decidido sustituir tu hermoso Ser por un pequeño «tengo». Sufres porque te crees separado del Amor, y como no podría resultar de otro modo, proyectas sueños de miedo y resentimientos.
Sufres porque tienes tus propias ideas acerca de lo que el mundo es y debería ser. Sufres cuando tus experiencias no se ajustan a tus expectativas egoístas. Lo que en verdad te hace sufrir no es lo que parece estar sucediendo ahí fuera, en el mundo, sino la interpretación que tú haces de ello. Es tu rechazo, aquello que no aceptas, lo que provoca tu sufrimiento.
Como puedes apreciar, todo gira en torno a las ideas que apoyas en tu mente, todo gira alrededor de tus juicios, deseos y expectativas. Y desde esta perspectiva, resulta sencillo adivinar que la paz y la felicidad se revelan en tu conciencia mediante la renuncia a tu sistema de pensamiento.
Recuerda que tu mente parece estar dividida. En ella están contenidos los pensamientos que piensas con Dios, y al mismo tiempo los que piensas con el ego. En verdad no existe tal división, puesto que lo que no es real, no puede tener ningún efecto sobre tu mente, no obstante, tú puedes creer que sí lo tiene, y de este modo, lograr que los efectos parezcan muy reales para ti.
Hasta ahora has interpretado el mundo en relación a los pensamientos que Dios no comparte. Has decidido percibir conflicto y ataque en lugar de bendiciones que te invitan a despertar. Has decidido levantar defensas entorno al mundo, creyendo que mediante éstas obtendrás la salvación.
Al final, toda búsqueda insensata que emprendes en el mundo, se traduce en una búsqueda inconsciente de tu salvación. El ego te ha hecho creer que eres culpable y que estás en pecado, y también te ha hecho creer que tu salvación procede del mundo. Y de este modo, dedicas tu existencia a perseguir aquello que tú mismo proyectaste, sin comprender que estás jugando a perseguir ilusiones que en ningún caso te van a proveer esa salvación que crees necesitar.
¿Qué persigues al proyectar tu culpa?: la salvación que procede de tu liberación de ella.
¿Qué persigues al defender tu sistema de creencias?: la salvación que procede de mantener a salvo lo que tú crees ser.
¿Qué buscas al rodearte de bienes materiales?: la salvación que procede de tu falsa sensación de estar protegido.
¿Qué buscas al pretender una relación de pareja?: la salvación que se deriva de dejar de percibirte solo, abandonado y falto de Amor.
Y resulta tremendamente irónico, porque si no hay culpa, ¿qué necesidad puede haber de salvación? Y aquí estamos, jugando a un juego que no sólo es absurdo, sino además totalmente innecesario. Sería tan sencillo como reconocer tu santidad y la santidad en todo cuanto percibes fuera de ti, y el sueño de este mundo desaparecería inmediatamente de tu conciencia.
En cualquier momento puedes decidir comenzar a percibir de una forma diferente, viendo la perfección y la inocencia en todas partes. Recordando que sólo son imágenes, y que las mismas, pueden evocar en tu mente el recuerdo del ego o de Dios, es sólo cuestión de interpretación. Y la decisión te corresponde únicamente a ti.
A medida que tu disposición a no dejarte guiar por el ego crece, desaparece en ti la necesidad de cambiar las circunstancias externas para acomodarlas a tus necesidades egoístas, entonces, naturalmente experimentas la perfección en todo y en todos. Así comienzas a ser una extensión del Amor en el que fuiste creado, y la confianza, la paz y la alegría se convierten en tus poderosos aliados, el escudo protector contra toda aparente inclemencia procedente del exterior.
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