LOGRAR LA PAZ
Anna Horno
Pregunta: Intento, intento, leo lo que escriben, entiendo lo que dicen, pero todavía hay personas a las que no puedo perdonar y no sé por qué. Realmente me encantaría vivir en paz.
Comentario: Querida amiga, no te atormentes pensando en lo que todavía no has logrado, más bien regocíjate de haber llegado al punto en el que ahora te encuentras.
Un Curso de Milagros es una senda espiritual, y como tal, implica un trabajo interno que dura toda la vida. No basta con leer o comprender intelectualmente, se trata de llegar a la experiencia, y ésta, solamente se alcanza mediante la práctica sistemática del perdón, lo cual no siempre resulta sencillo.
Teóricamente es posible alcanzar el estado de iluminación en este instante, pero la experiencia nos dice que en raras ocasiones sucede de este modo, razón por la cual Jesús en su Curso nos propone 365 lecciones. Con ellas, vamos poco a poco invirtiendo nuestra mentalidad, intercambiando la forma en que habitualmente percibimos o interpretamos el mundo, de la mano del ego, por la forma en la que nuestro Santo Espíritu lo hace: reconociendo que no hay pecados, sino sólo errores, y recordando que toda apariencia de ataque, nuestro o de nuestros hermanos, es en realidad una petición de Amor. Siendo ésta la petición que tu hermano te hace, ¿cuál va a ser tu respuesta?
Hermana, procura no añadir culpa a tu ya pesada carga de culpa. En nuestra práctica de las enseñanzas del Curso, uno de los pilares es la PACIENCIA, paciencia para contigo en primer lugar, y por supuesto, paciencia para aplicar a cuanto te rodea también. La confianza es la “llave mágica”. Para quienes confían, la paciencia es una consecuencia natural.
Todos experimentamos circunstancias y situaciones que nos afligen. Todos tenemos “relaciones especiales de odio”. No son relaciones que podamos perdonar o sanar de una día para otro, no porque no sea posible, sino por nuestra resistencia interna a soltar el resentimiento; por nuestro deseo de tener razón a cualquier precio. Y es que en el nivel del subconsciente, creemos que nuestra salvación depende de ello. Te diría que para empezar, entregues tu resistencia al Espíritu Santo, Él la transformará en verdadera voluntad, en tu propósito firme de alcanzar el Cielo junto con tu hermano.
¿Sabes por qué nos resulta tan difícil perdonar a ciertas personas o determinadas situaciones?, porque en el fondo amiga, a un nivel mucho más profundo que el intelectual, seguimos creyendo en la realidad del sueño. Seguimos identificándonos con el cuerpo y sus aparentes circunstancias. Seguimos apoyando la creencia de que este mundo es real y que lo que parece que sucedió, sucedió en realidad. Continuamos creyendo que placer y dolor, cielo e infierno, proceden del exterior, cuando en realidad, todo está sucediendo en nuestra mente.
El Curso nos insta a abandonar nuestro papel de víctimas, ¿cómo?, asumiendo nuestra responsabilidad. Ten muy presente que para que haya víctimas, tiene necesariamente que haber verdugos, y por tanto, culpables y pecadores. De esta forma el ego perpetúa la idea de la separación.
Somos responsables (no culpables, puesto que no hay pecado sino sólo error), en primer lugar, de lo que parece que está sucediendo ahí fuera, en el mundo, recuerda que es tu proyección, tú lo fabricaste, lo proyectaste de ese modo con el único propósito (del ego, por supuesto), de mantener la culpa alejada de ti, separada de ti, pero intacta en tu mente, que es donde siempre estuvo y donde tiene que deshacerse. Y no es que seas culpable, es sólo que crees serlo.
En segundo lugar, somos responsables de lo que decidimos percibir. Una vez más, nos despojamos de nuestro disfraz de víctimas, o verdugos según el caso, para asumir completa responsabilidad por lo que decidimos hacer con lo que parece, y fíjate que digo parece, que está sucediendo. Puedo, a partir de mi interpretación, percibir una amenaza, un ataque, o puedo percibir una petición de Amor. La responsabilidad es mía, porque mío es el poder de elección.
En esto consiste el perdón, en pasar por alto el error y mirar más allá de toda ilusión, donde descansa el Cristo, el Hijo Único de Dios, perfecto y por siempre libre de pecado. Y recuerda que el perdón es siempre para ti, no hay nadie más. Mediante el acto de perdonar, a través de esa aparente experiencia dolorosa que tu hermano te ofrece, es como recuerdas a tu mente la inocencia de ambos (la tuya y la de esa otra forma que tu mente ha proyectado, pero que sigue siendo tú).
Si no sientes paz, es porque debes haber elegido equivocadamente. La paz debe ser lo que verdaderamente anheles por encima de todo lo demás. No puedes desear la paz y al mismo tiempo pretender conservar tu particular sistema de pensamiento, porque es éste justamente el que te distancia de tu hermano y de la experiencia del Amor, que te permitiría recordar a tu Creador. Si estás verdaderamente comprometida con la paz, si estás decidida a residir en ella, no puedes tratar de defender tus ideas, ni de proteger ese puñado de conceptos aprendidos acerca de ti misma o acerca del mundo y de esos “otros” que parecen no ser tú. Tú no eres tus ideas, tú no eres tus creencias ni tus aparentes circunstancias, tú no eres ese cuerpo con el que te identificas, ni tus hermanos lo son tampoco, aun cuando ellos puedan creerlo, y cuya creencia tú refuerzas al interpretar falsamente.
Imagina que eres una cebolla, con sus cientos de capas. Cada vez que pones una situación, una persona o un pensamiento al servicio de tu mente recta, estás pelando una capa de esa cebolla. En esa capa van todos tus juicios, todas tus expectativas, todas tus interpretaciones e ideas acerca de cómo deberían ser las cosas. Renuncias a todo ello en favor de la verdad. Así te deshaces, te liberas de una capa de ego. Si sigues pelando capa tras capa todas las capas de la cebolla, llegará un momento en que la cebolla por completo habrá desaparecido. Lo mismo sucederá con tu ego, ya no quedará ni rastro de él. Es entonces cuando emerge resplandeciente el Hijo de Dios,,, sin juicios, sin condena, sin definiciones de sí mismo ni del mundo, sin deseos de especialismo, simplemente siendo y extendiendo el perfecto Amor que siempre fue.
Te propongo un ejercicio muy hermoso, es de un taller de Gary Renard:
Cierra los ojos y respira profunda y lentamente durante un par de minutos. A continuación trae a tu conciencia la imagen de esa persona que tanto te cuesta perdonar. Piensa en toda ofensa de la que creas ser víctima, observa todos esos pensamientos, todo tu dolor, tu rabia o tu resentimiento: permítete sentirlo, sin resistirlo, sin negarlo,,, acéptalo tal como es. Aguarda así unos minutos. A continuación, teniendo en mente la imagen de tu hermano, repite tres veces lo siguiente: “Eres espíritu. Eres completo e inocente. Todo está perdonado y liberado”. Para finalizar el ejercicio, imagina que envuelves a esa persona en un manto de amorosa luz y se lo entregas al Espíritu Santo en paz.
Haz este ejercicio tantas veces como necesites para recuperar tu paz, pero hazlo de corazón, plenamente consciente y completamente comprometida con el propósito de alcanzar la paz. No sirven las medias tintas. O deseas servir al ego, o deseas servir a Dios, no hay término medio.
“No hay que sufrir para aprender. Las lecciones benévolas se asimilan con júbilo y se recuerdan felizmente. Deseas aprender lo que te hace feliz y no olvidarte de ello. No es esto lo que niegas. Lo que te preguntas es si los medios a través de los cuales se aprende este curso conducen a la felicidad que promete o no. Si creyeses que sí, no tendrías dificultad alguna para aprender el curso. Todavía no eres un estudiante feliz porque aún no estás seguro de que la visión pueda aportarte más de lo que los juicios te ofrecen, y has aprendido que no puedes tener ambas cosas” (UCDM, T-21.I.3)
Descansa en Dios.
TE GUSTARÁ VISITAR...