LA TRAICIÓN DE LAS IMÁGENES

 

Kenneth Wapnick - Artículos | La Traición de las Imágenes (1ª Parte - continuación)

A pesar de su capacidad de persuasión, los conceptos y las palabras (la versión del Curso de la metáfora de Platón), no son la realidad. Igualmente ésta era la idea de Magritte en su La Trahison des Images, como en la discusión de Platón. Es el núcleo de la metafísica no-dualista del Curso, la base de sus enseñanzas sobre el perdón. Puesto que la realidad está más allá de todos los símbolos, su esencia de unicidad perfecta es siempre imposible de expresar con las palabras y los conceptos pertenecientes a una mente separada. La inefabilidad de Dios significa literalmente eso: que Su Ser no puede ser expresado en términos dualistas, sino sólo experimentado, aunque sólo sea por un instante, por una mente liberada del ego. Recordemos estas palabras del Libro de Ejercicios:

«Decimos "Dios es", y luego guardamos silencio, pues en ese conocimiento las palabras carecen de sentido. No hay labios que las puedan pronunciar ni ninguna parte de la mente es lo suficientemente diferente del resto como para poder sentir que ahora es consciente de algo no sea ella misma» (Ej-pI.169.5:4-5).

Del mismo modo, se nos dice en una lección posterior del Libro de Ejercicios, que resuena en una línea del Manual del Maestro:

«No pienses que Él [Dios] oye las vanas oraciones de aquellos que lo invocan con nombres de ídolos que el mundo tiene en gran estima. De esa manera nunca podrán llegar a Él» (Ej-pI.183.7:3-4).

«Dios no entiende de palabras, pues fueron hechas por mentes separadas para mantenerlas en la ilusión de la separación» (M-21.1:7).

Un tema muy importante en Un Curso de Milagros, y central para su práctica diaria, es pedirle ayuda al Espíritu Santo. Pero si Dios no entiende de palabras ni oye nuestras "vanas oraciones", es razonable preguntarse de qué serviría apelar a Su Voz pidiendo ayuda, y mucho menos decir las oraciones de la parte II del Libro de Ejercicios que se dirigen directamente a Dios como Padre. Aquí está la respuesta de Jesús a esta preocupación, indicada en el Manual como respuesta a la pregunta, "¿Qué papel juegan las palabras en el proceso de curación?" Por cierto, la palabra "corazón" tal como se utiliza aquí, es sinónimo de la mente separada que siempre está eligiendo entre el ego y el Espíritu Santo, la separación y la Expiación. Es esa elección —inespecífica y más allá de palabras— lo que el Espíritu Santo "oye," ya que mira sólo mente/causa y no cuerpo/efecto (T-27.VIII.9:1-4):

«Es imposible entonces que en la percepción del que pide, la oración del corazón no reciba  respuesta... El poder de su decisión se lo ofrece tal como él lo pide... Las palabras que emplea son irrelevantes. Solo la palabra de Dios tiene sentido, ya que simboliza aquello que no corresponde a ningún símbolo humano» (M-21.3:3, 5, 9-10; cursivas añadidas).

Todo esto resalta la importancia de ir más allá de las formas de nuestras palabras al contenido de nuestros pensamientos, del cuerpo sin mente a la mente que es el único foco del Curso de Jesús. Así, por ejemplo, los estudiantes dicen esas oraciones del Libro de Ejercicios para sí mismos, como recordatorios que es a Dios a Quien aman más que a nada de lo que les pueda ofrecer el especialismo del ego. Por otra parte, la gente —no sólo los alumnos de Un Curso de Milagros— necesita educarse para oír el significado que está detrás de las palabras. Con frecuencia recomiendo a los estudiantes que huyan a la velocidad del viento cada vez que alguien les diga: "Voy a ser honesto contigo y decirte lo que pienso". Casi siempre esta "honestidad" encubre el ataque que viene detrás de las palabras. La verdadera honestidad debe ser compartida primero con uno mismo y el Espíritu Santo o Jesús (véase, por ejemplo, T-4.III.8:1-2). Sólo entonces podremos ser verdaderamente honestos con los demás, porque nos habrá venido del amor libre del ego en nuestras mentes correctas. Este es el significado de la honestidad, una de las características de los maestros (avanzados) de Dios:

«La honestidad no se limita únicamente a lo que dices. El verdadero significado del término es congruencia: nada de lo que dices está en contradicción con lo que piensas o haces;  ningún pensamiento se opone a otro; ningún acto contradice tu palabra ni ninguna palabra está en desacuerdo con otra» (M-4.II.1:4-6).

Nos esforzamos pues por ser honestos con nosotros mismos, permitiendo que el pensamiento de amor libre de conflictos se extienda a través de nosotros en nuestras palabras y acciones, estableciendo una coherencia entre pensamiento y palabra o acto que debe ser siempre nuestra meta.

Es imprescindible que los estudiantes de Un Curso de Milagros reconozcan que ese tu al que continuamente —a veces explícitamente, pero siempre implícitamente— se dirige el Curso es la mente tomadora de decisiones. Puesto que se nos enseña repetidamente por nuestro hermano mayor, como hemos visto, que los cuerpos no hacen absolutamente nada excepto ejecutar los dictados de la mente, no tendría sentido que el mensaje del perdón se le dé a un cuerpo, a esa persona que creemos ser y que aparentemente está leyendo, pensando, y practicando lo que se enseña en las páginas del Curso. Porque sólo un cuerpo puede entender palabras que no existen en la mente que existe fuera del tiempo y del espacio, y puesto que nosotros, como individuos, nos comunicamos con palabras —habladas y escritas, en el mundo "real" y en el ciberespacio— nuestras palabras y conceptos tienen que reforzar la ilusión de que la separación está viva, goza de buena salud y siempre estará presente. Esta situación no se puede cambiar hasta que primero nos hagamos conscientes de la verdadera naturaleza del complot del ego para subvertir el ejercicio del poder de la mente para cambiarse a sí misma y corregir sus errores. En la parte II de este artículo volveremos a este tema central tal como se relaciona específicamente con Un Curso de Milagros: ir más allá de sus palabras simbólicas a los contenidos, escuchar el verdadero mensaje o melos que viene entre las palabras escritas.

Como no sabemos que tenemos mente, y menos aún una mente que tiene la capacidad de elegir, necesitamos un medio por el que podamos tener acceso al tomador de decisiones interno que decide y controla nuestro destino. Esto incluye el uso de los símbolos por la mente recta, pues en el sueño sigue siendo cierto que las palabras, por ilusorias que sean, todavía pueden reflejar un propósito diferente al de la separación. Pueden señalarnos el amor que está más allá de la dualidad, el amor que tan amorosamente la figura simbólica de Jesús representa para nosotros, corrigiendo nuestras decisiones equivocadas:

«El Nombre de Jesucristo como tal no es más que un símbolo. Pero representa un amor que no es de este mundo. Es un símbolo que se puede usar sin riesgo para reemplazar a los innumerables nombres de todos los dioses a los que imploras. Constituye el símbolo resplandeciente de la Palabra de Dios, tan próximo a aquello que representa que el ínfimo espacio que hay entre ellos desaparece en el momento en que se evoca su Nombre» (M-23.4:1-4).

Por lo tanto, necesitamos símbolos que nos ayuden a lo largo del viaje a la realidad que está más allá de todos los viajes, símbolos que corrijan suavemente los símbolos del miedo, que el ego ha tirado en nuestro camino para hacernos descarrilar en nuestro camino a casa.

Los símbolos como el camino de vuelta a nuestro Origen:
Nuestra función especial de perdonar al traidor

«Esta es la percepción benévola que el Espíritu Santo tiene del deseo de ser especial: valerse de lo que tu hiciste, para sanar en lugar de para hacer daño. A cada cual Él le asigna una función especial en la salvación que sólo él puede desempeñar; un papel exclusivamente para él» (T-25.VI.4:1-2).

Esta función especial nunca debe confundirse con una forma o un comportamiento, una confusión que es una de las líneas de defensa favoritas del ego. Caer presa de esta red de especialismo refleja nuestro interminable homenaje a la primera ley del caos del ego: existe una jerarquía de ilusiones (T-23.II.2:3). Este principio fundamental de su sistema de pensamiento de la separación significa —entre otras cosas—, que algunas formas de comportamiento, profesiones o actividades son más importantes y más santas que otras. Sin embargo, en todos los aspectos de las enseñanzas de Un Curso de Milagros, Jesús se refiere claramente a la mente y en el pasaje anterior específicamente a la única función de la mente en el perdón: el tomador de decisiones eligiendo al Maestro de la Expiación al decirle que no al maestro de la separación (T-21.VII.12:4).

Este proceso de negación de la negación de la verdad por el ego va al corazón mismo del proceso de curación del Curso y es un tema crucial a lo largo de sus tres libros. También es una extensión de la filosofía de aprendizaje (anamnesis) que Platón aprendió de su maestro Sócrates, es decir, aprendemos aprendiendo primero que no sabemos.2 Esto nos da la libertad de elegir en contra del ego, lo cual elimina los obstáculos que impiden experimentar la presencia del amor (T-in.1:7). Y así leemos en el texto:

«La tarea del obrador de milagros es, por lo tanto, negar la negación de la verdad» (T-12.II.1:5).

«Tu tarea no es ir en busca del amor, sino simplemente buscar y encontrar todas las barreras dentro de ti que has levantado contra él. No es necesario que busques lo que es verdad, pero sí es necesario que busques todo lo que es falso.» (T-16.IV.6:1-2).

Y en el Libro de Ejercicios, en el contexto de aprender a distinguir lo que tiene sentido de lo que no lo tiene:

«Si pudieras aceptar al mundo como algo que carece de significado y dejar que en lugar de lo que tú crees la verdad se escribiese en él por ti, esto te llenaría de una felicidad indescriptible. Pero precisamente porque carece de significado, te sientes impulsado a escribir en él lo que tú quisieras que fuese... Bajo de tus palabras está escrita la Palabra de Dios. La verdad te disgusta ahora, pero cuando tus palabras hayan sido borradas, verás la Suya» (Ej-pI.12:5:3-4, 7-8).

Nuestro aprendizaje, por lo tanto, consiste en deshacer el sistema de pensamiento ilusorio del ego. Una vez que éste se retira, somos capaces de recordar la verdad de nuestro Ser que estaba y siempre estará ahí, y que ha esperado nuestro regreso a Él por la decisión de la mente de elegir en contra del ser falso.

Para protegernos de caer víctimas de las seducciones del ego que podrían llevarnos a su mundo de especialismo, sólo necesitamos recordar que "la única responsabilidad del obrador de milagros es aceptar la Expiación para sí mismo" (T-2.V. 5:1), y que es sólo la mente la que rechaza o acepta el don de la salvación del Espíritu Santo. Tenemos que recordar que "Éste es un curso acerca de causas, [mente] no de efectos [cuerpo o comportamiento]" (T-21.VII.7:8), y que al Espíritu Santo no le interesan los efectos, sino sólo sus causas. Los recordatorios diarios de este hecho liberador nos mantienen en la senda recta y estrecha del Curso y nos ayudan a evitar la trampa de confundir la mente causativa con sus efectos sobre el cuerpo.

Como el ego habla primero y siempre está equivocado (T-5.VI. 3:5 – 4:2), nuestro Maestro interior utiliza los símbolos de culpabilidad y de ataque del ego para traducirlos en oportunidades de aprendizaje. Dada la inmensidad de nuestro temor a lo no-específico, nos enseña a través de esta reinterpretación de los símbolos específicos del ego que se hicieron para hacer daño, que el amor sólo es amable y misericordioso, no punitivo y despiadado. El principio subyacente a esta forma indirecta de aprendizaje (T-14.I.2-5) está enunciado en el siguiente pasaje de la Lección 184:

«Todavía tienes necesidad de usar los símbolos del mundo. Mas no te dejes engañar por ellos... no son sino medios a través de los cuales puedes comunicarte de manera que el mundo te pueda entender, pero reconoces que no son la unidad en la que puede hallarse la verdadera comunicación» (Ej-pI.184.9:2-3,5).

Conforme nos movemos más allá de los símbolos hacia su fuente, somos capaces de ir más allá de nuestros juicios sobre comportamientos —palabras y actos— al único juicio que hace el Espíritu Santo: la gente o expresa amor o lo pide; en cualquier caso, nuestra respuesta siempre es suave y amorosa (T-14.X.6-7). Esto nos permite verlo todo y a todos en el mundo, sin excepción, como una invitación a ser amorosos y suaves. Hemos viajado mucho, mucho más allá de tomarnos en serio al ilusorio ego, habiéndonos acordado por fin de reírnos ante la idea de que la "diminuta y alocada idea" de la separación era pecaminosa, junto con todas sus derivadas fragmentarias de culpabilidad y ataque, condena y dolor (T-27.VIII.6:2). Al final, la insignificante debilidad del ego puede compararse a la tonta imagen de un ratón asustado que pretende atacar el universo (T-22.V.4). ¿Y quién salvo el loco podría nunca justificar una respuesta seria a un sistema de pensamiento tan risible que no sólo niega la realidad de nuestro Origen, sino que además cree que ha logrado con éxito el acto imposible de separarse de Su Unicidad perfecta?

En este sentido, nuestro sabio y amoroso hermano nos pide recordar nuestras raíces en Dios y renunciar a las mentiras e historias del ego, eligiendo la verdad de la magnitud del Cielo sobre las ilusiones de pequeñez del mundo:

«Camina gloriosamente, con la cabeza en alto y no temas ningún mal... No permitas que las pequeñas interferencias te arrastren a la pequeñez... ¡Piensa cuán feliz es el mundo por el que caminas con la verdad a tu lado! No renuncies a ese mundo de libertad por un pequeño anhelo de aparente pecado, ni por el más leve destello de atracción que pueda ejercer la culpabilidad. ¿Despreciarías el Cielo por causa de esas insignificantes distracciones?» (T-23.in.3:1; 4:1, 3-5)

Siguiendo las simples enseñanzas de Jesús que nos llaman a hacer la simple elección de la verdad, ya no buscamos cambiar el mundo con sus símbolos de odio, a uno mismo y a los demás (las "pequeñas interferencias"), sino centrarnos sólo en cambiar cómo ve nuestra mente estos símbolos (T-21.in.1:7). Perdonamos al traidor al darnos cuenta de que no hizo nada que pudiera cambiar nuestro estado eterno de Único Hijo de Dios: sano, completo y unido a su Creador, pues ni una sola nota del himno celestial de unidad y amor se perdió por las notas discordantes producidas por el  especialismo (T-26.V.5:4). El mundo, que una vez había sido una Némesis traidora, se ha convertido en un compañero apacible en nuestra aula de aprendizaje: "El mundo ha dejado de ser nuestro enemigo, porque hemos elegido ser su Amigo" (Ej-pI.194.9:6).

Finalmente hemos escuchado las amables enseñanzas de nuestro amable maestro y hemos aprendido que no hay que culpar a "las hondas y las flechas de la mala fortuna" (Hamlet) que aparentemente nos han plagado, pues "la culpa no está en nuestras estrellas, sino en nosotros mismos, que somos sus subordinados" (Cassius en Julius Caesar). En otras palabras, el hecho de que como "subordinados" sentimos que la insuficiencia, que es inevitable en los mundos interno y externo, de escasez y carencia del ego, se basa sólo en la decisión de nuestra mente de sentirse así, y no puede atribuirse a ningún agente externo. El mundo de la separación y el especialismo, el sufrimiento y la muerte, es el simple efecto de una causa que se encuentra en la mente y en ningún otro sitio. Y allí donde está se la puede cambiar, conforme retiremos nuestras proyecciones y las traigamos de vuelta a su origen en la mente, donde hemos elegido de nuevo tan felizmente.

Nuestra aceptación de esta gozosa verdad de la salvación es la función especial de la que hablaba Jesús. Es el núcleo del currículo del Curso: "El secreto de la salvación no es sino este: que eres tú el que se está haciendo todo esto a sí mismo" (T-27.VIII.10:1). Como se nos instruye en las primeras lecciones del Libro de Ejercicios, extendiendo las implicaciones que se encuentran en los pasajes que hemos citado al principio del artículo, nosotros mismos, como mentes tomadoras de decisiones, hemos dado a los símbolos del mundo todo el significado que tienen. Ahora que hemos optado por el Maestro que refleja el Significado del Cielo, hemos entendido que el perdón borra el significado que lo que percibimos como nuestros cuerpos le dio al mundo. Esto es lo que permite que el Significado que está más allá de todos los símbolos simplemente sea, que la antes mencionada Palabra de Dios tome el lugar de nuestras vanas palabras. Damos gracias porque ha vuelto la cordura para reemplazar a la locura de la culpabilidad y el odio. La locura de creer que podemos de verdad elegir en contra de Dios, en el "pasado" o el "presente" del ego, ha desaparecido suavemente en la pura majestad del poder de la verdad y el amor que nos creó y que es lo que somos:

«El perdón se desvanece y los símbolos caen en el olvido, y nada que los ojos jamás hayan visto o los oídos escuchado queda ahí  para ser percibido. Un Poder completamente ilimitado ha venido, no a destruir, sino a recibir lo Suyo... No conoces la paz del poder que no se opone a nada. Sin embargo ninguna otra clase de poder puede existir en absoluto. Dale la bienvenida al Poder que yace más allá de perdón, del mundo de símbolos y de las limitaciones. Él [Dios] prefiere simplemente ser y, por lo tanto, simplemente es» (T-27.III.7:1-2,6-9).

Dicho lo anterior, sigue habiendo un problema serio para los estudiantes de Un Curso de Milagros, un problema que parece formar parte del propio Curso. No debería hacer falta decir que el problema del que hablo no es inherente a Un Curso de Milagros, sino a la relación de sus estudiantes con él. Dándole la vuelta a un pasaje citado más arriba, lo que el Espíritu Santo usa para sanar, el ego lo puede convertir en lo que hace daño. La parte II de este artículo (publicada en diciembre de 2013) estudiará en profundidad la naturaleza real del problema que, paradójicamente, se encuentra en la forma con la que el Curso ha llegado a nosotros: la palabra impresa (o cibernética) y en la falta de capacidad de los estudiantes para utilizar los conceptos y palabras específicas —todo ello parte del mundo dualista— para llegar a la carencia de palabras de la unidad no-dualista del amor que es el verdadero mensaje del Curso, su doctrina no escrita.

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1. Elisabeth Young-Bruehl, Anna Freud: A Biography (Yale University Press, 2008), p.52.
2. Cuando Sócrates fue informado de que el oráculo de Delfos le había proclamado el hombre más sabio de Atenas, respondió que si esto fuera así, sería porque él sabía que no sabía.

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