LA MUERTE NO ES REAL
Por Anna Horno
¿No suena maravilloso?, ¿acaso no sientes la verdad que encierran estas palabras? No hay nada que temer, en Dios estás en tu Hogar ¡y completamente a salvo! No existe nada que pueda hacer peligrar tu verdadera identidad. Eres un pensamiento de Amor en la mente de tu Creador, perfectamente protegido por Él. Eres el Cristo, el Hijo amado en quién Se complace.
La historia de Jesús hace 2000 años, no portaba una enseñanza de crucifixión, sino de resurrección. Jesús fue el mensajero en la tierra del mensaje de Amor, paz y vida eterna procedentes del Cielo. Jesús no vino a pagar en la cruz por nuestros pecados, no vino a expiar nuestras culpas mediante su propio sacrificio, sino a demostrar la falsedad de los aparentes efectos de la muerte del cuerpo sobre la realidad inmutable del Hijo de Dios. Y lo hizo con un ejemplo extremo: el de la crucifixión de su cuerpo.
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Y regresó al tercer día… sólo para recordar a todos sus hermanos la irrealidad de la muerte y de toda amenaza que sobre el mundo se cierne. Nada en este lugar puede tener efectos sobre el Hijo, porque no los tiene sobre el Padre.
Jesús vino a recordarnos que si moríamos, era únicamente porque nos creíamos culpables y pecadores. El pecado conduce a la muerte, tan inevitablemente como la inocencia conduce a la vida eterna. Y ambos, inocencia y pecado, se encuentran como una idea en la mente del Hijo. Una es real, la otra la inventaste tú y es sólo una ilusión, puesto que los pensamientos que el Padre no comparte, no existen.
El mensaje de Jesús fue un mensaje de salvación, de redención. Jesús vino a mostrarnos la irrealidad del pecado. Jesús vino a enseñarnos, mediante el perdón, el camino de regreso a la inocencia que por herencia nos pertenece a ti y a mí. Jesús vino a recordarnos que continuamos siendo Uno en espíritu con Dios y con toda Su Creación.
Cuando nos percibimos como un cuerpo, constantemente sentimos la necesidad de protegernos, de luchar contra el entorno y contra las circunstancias de un mundo, que bien pudiera parecer que se ha propuesto destruirnos. Utilizamos el ataque como mecanismo de defensa, un método para repeler la amenaza, sin comprender que el ataque, lleva implícita la idea de la separación. Ambas ideas, separación y muerte, han adoptado al cuerpo como el símbolo por excelencia, la «prueba fehaciente» de que una y otra son reales y nuestro Padre estaba equivocado.
Alégrate amigo mío de que la muerte no sea más que una idea, una idea que puedes abandonar cuando así lo decidas, como abandonarías cualquier objeto que se torna innecesario.
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