ESFERAS DE DYSON (Exobiología)
Publicado en revista Más allá de la Ciencia - Nº 289
Esferas de Dyson: la ciencia busca megaestructuras extraterrestres.
Hallar vida extraterrestre inteligente es uno de los retos de la ciencia actual, que ha propuesto múltiples fórmulas para ello. Una de las más sorprendentes es la búsqueda de las llamadas Esferas de Syson, megaestructuras capaces de rodear a una estrella para aprovechar toda su energía. Tres científicos de EE.UU. acaban de recibir una subvención astronómica –nunca mejor dicho- para encontrarlas…
La búsqueda de vida extraterrestre continúa siendo uno de los principales retos de la ciencia moderna, una certeza teórica que pocos cuestionan, pero de la que no existen pruebas. El ritmo al que marcha la localización de planetas extrasolares, sumado a la mejora en los métodos de exploración y estudio de nuestro sistema solar, hace bastante previsible que en menos de cinco años se pueda anunciar el hallazgo de indicios de vida extraterrestre, presente o pasada, al menos a escala microbiana.
Sin embargo, ese más que justificado optimismo que respiran muchos astrobiólogos contrasta con el escepticismo generalizado acerca de la posibilidad de que ocurra lo mismo con la vida extraterrestre inteligente. Y es que, aunque las estadísticas juegan a favor de la existencia de miles, puede que hasta millones, de ejemplos de vida inteligente en el Universo, otra cosa muy distinta es encontrarla, reconocerla e interactuar con ella.
Algunas hipótesis
Algunos astrofísicos, como el Premio Nobel de Física 2011, Brian P. Schmidt, sostienen que la expansión del Universo aleja cada vez más unos espacios de otros, agravando el problema que siempre supone para un hipotético contacto extraterrestre salvar las distancias siderales. Otros, como el cosmólogo y astrobiólogo Paul Davies, aseguran que tal vez la vida extraterrestre sea tan diferente de la que conocemos que resulte imposible reconocerla. Ese razonamiento lo lleva a plantear que podría existir ya en la tierra o que su evolución podría haber alcanzado un nivel extranatural, fisionándose con el espacio. Por su parte, la prestigiosa ingeniera espacial británica Maggie Aderin-Pocock, partiendo de la hipótesis de que la vida extraterrestre podría prescindir del agua y el carbono, la ha imaginado de silicio, con el aspecto de medusas viviendo y nutriéndose en nubes de metano.
Todo ello ha llevado a diversos especialistas a sugerir una revisión de los criterios de búsqueda utilizados hasta la fecha, por ejemplo, ampliando el rango de rastreo de señales de radio en programas como el SETI, o el radio de la denominada zona de habitabilidad en los sistemas planetarios extrasolares.
También se han propuesto búsquedas más innovadoras. Así, los astrónomos Abraham Loeb y Edwin Turner sugieren identificar la contaminación lumínica de hipotéticas cuidades en planetas extrasolares, ya que nuestra tecnología actual permitiría detectar la luz de una ciudad del tamaño de Tokio que estuviese ubicada en torno al Cinturón de Kuiper. Un desarrollo de esa hipótesis sería medir los efectos atmosféricos que su supuesto progreso industrial y tecnológico habría generado en planetas lejanos, algo así como buscar un efecto invernadero en exoplanetas.
Incluso se ha propuesto rastrear el Universo en busca de vida alienígena artificial, “máquinas pensantes”, como las definen expertos como Seth Shostak, del SETI. Este último escenario, al no depender de las condiciones ambientales que requiere la vida orgánica, multiplicaría casi hasta el infinito el número de objetivos.
Finalmente, y rizando el rizo, el propio Paul Davies, junto a su colega Robert Wagner, de la Universidad Estatal de Arizona (EE.UU.), opina que puede resultar más útil, económico e inmediato invertir esfuerzos en buscar rastros de vida extraterrestre nada menos que en la luna. Argumenta que en un remoto pasado alguna civilización alienígena pudo haber “dejado huellas en la luna en forma de un artefacto o bien mediante la modificación de las características de su superficie”. Y que estas huellas podrían llegar a ser localizadas desde la tierra analizando, por ejemplo, la detallada cartografía realizada por misiones espaciales como la Lunar Reconnaissance Orbiter.
“Momento Dyson”
Ajenos a todas las posibilidades anteriores, tres científicos estadounidenses acaban de verse bendecidos con cuantiosos fondos para poner en marcha su propia búsqueda de vida extraterrestre. Los astrónomos Steinn Sigurdsson y Mateo Povich estarán dirigidos por el astrobiólogo Jason T. Wright, todos ellos de la Pennsylvania State University (EE.UU.), en un aventurado proyecto en el que el mecenazgo corre a cargo de la Fundación John Templeton, a través de su programa Nuevas Fronteras para la Ciencia y la Cosmología, que supervisa la Universidad de Chicago (EE.UU.).
El punto de partida es bastante más pretencioso que el resto de escenarios barajados, ya que su objetivo es dar con esa vida a través de la localización de megaestructuras de dimensiones estelares, las llamadas Esferas de Dyson. Aunque por el momento su construcción no está ni por asomo al alcance de nuestra ciencia y tecnología, en el plano teórico estaríamos hablando, esencialmente, de una gigantesca esfera hueca o tubular construida con algún tipo de paneles solares, que rodearía por completo a una estrella permitiendo aprovechar toda su energía. Dicha energía sería debidamente canalizada y conducida hasta el planeta constructor.
La formulación de la hipotética existencia de estas megaestructuras se la debemos al físico y matemático inglés Freeman Dyson, actualmente en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton (EE.UU.), quien en 1960 propuso en un artículo en la revista Science que toda la civilización que sobreviva lo suficiente terminará agotando la energía de su planeta de origen. De esa forma, se verá abocada a idear una fórmula para aprovechar la energía de su estrella, algún tipo de maquinaria que para ser eficiente necesariamente deberá ser gigantesca: la Esfera de Dyson.
Por definición, este tipo de megaestructuras, con radios similares a los de las órbitas de los planetas, son opacas y prácticamente invisibles al ojo humano, en la medida en la que la estrella está atrapada en el interior de una construcción que busca captar toda su energía. Sin embargo, la captación de esa energía solar generaría, como consecuencia del calentamiento en su interior, una cantidad proporcional de radiación infrarroja que emanaría hacia el exterior y sería susceptible de ser localizada mediante radiotelescopios, ya que brillaría mucho en el infrarrojo medio.
La Esfera de Dyson, además de como un único cuerpo sólido, se ha concebido también como un denso enjambre de satélites interconectados en órbita estable alrededor de la estrella, una opción que es estimada como mucho más factible por la mayoría de los expertos. Una tercera modalidad sería la de uno o varios anillos en órbita estática.
Una empresa compleja
No es la primera vez que se propone buscar estas estructuras estelares, pero ahora el desarrollo de la tecnología actual marca la diferencia con respecto a otros intentos. Los astrónomos partidarios de la posible existencia de las Esferas de Dyson prefieren no detenerse demasiado en la complejidad que supone construir algo así. Es difícil calibrar el tiempo y el coste, los problemas de estabilidad y presión que deben resolverse, o el origen de la materia prima, que, a falta de otras propuestas, debería obtenerse posiblemente de asteroides con órbitas cercanas al planeta en cuestión.
En el caso de la tierra, son problemas que les tocará resolver a otros, si la humanidad logra sobrevivir lo suficiente como para convertirnos en constructores.
Por eso Wright Sigurdsson y Povich optan por aceptar que tal vez un buen número de civilizaciones las ha construido hace mucho tiempo y buscan dar con ellas tanto en la Vía Láctea como en miles de galaxias cercanas. Durante los próximos dos años fijarán su atención en aquellas estrellas que generen una cantidad diferenciada de radiación infrarroja, para lo que contarán con tres telescopios que rastrean en ese rango, entre ellos el preciso Wide-Field Infrared Survey Explorer (WISE) de la NASA.
Es bastante probable que de existir una Esfera de Dyson, este oteador cósmico lanzado en 2009, y capaz de cartografiar el 99% del universo visible, la inmortalice.
Los astrónomos implicados en este proyecto son partidarios de buscar Esferas de Dyson tipo “enjambre”, que consideran mecánicamente más viables y, al igual que el propio Dyson, gravitatoriamente más estables. Será cuestión de tiempo saber si existen o no estas megaestructuras, ya que, de acuerdo con Wright, de existir, serán muy numerosas e identificables.
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