EL ESPÍRITU SANTO Y EL PERDÓN

 

Un Curso de Milagros - Preguntas Frecuentes: "EL ESPÍRITU SANTO Y EL PERDÓN"


 

Por Anna Horno

No estoy evocando ninguna fuerza mágica o algún tipo presencia misteriosa con un trasfondo religioso, aunque sí espiritual. No hablo tampoco de una voluntad ajena o separada de ti, sino de la Voz que en tu mente habla por Dios en favor de la Verdad.

El Espíritu Santo es el recuerdo del Amor en cada uno de nosotros. Esa parte de la mente Una  que todos compartimos, que no ha olvidado Quién Es y que conserva intactas sus cualidades, tal como su Creador la creó: inocente, en perfecta unión y permanente plenitud y compleción.

¿Por qué Espíritu Santo?, porque eso es precisamente lo que tú eres: eres espíritu y eres santo.

Lo que Dios crea es eterno, y es irrevocable. Hasta ahora has elegido «jugar» a negar Su existencia, y a negar la existencia de Su recuerdo en lo que aparenta ser tu memoria en un cuerpo. Pero tanto Su existencia como Su recuerdo, permanecen vivos en ti, esto es así por obra y gracias a tu Santo Espíritu. Podrás negarlo, podrás hacer que miras hacia otro lado, y creer que con ello te has despojado de una identidad a la que temes por razón de Su Origen; podrás incluso convencerte de que tu Padre te ha arrojado al pozo del olvido, o desterrado al país de la indiferencia, pero con tan sólo que vuelvas tus pensamientos en la dirección del Amor, te vas a dar cuenta que Éste jamás te abandonó ni tú Lo abandonaste a Él. La separación es imposible.

El Espíritu Santo es un vínculo irrompible, el hilo, invisible a los ojos del cuerpo, que te conecta eternamente con tu Creador, y el medio de comunicación entre tu Creador y tú en el sueño de este mundo. Cuando ya no tengas más necesidad de mundo, la noción de Espíritu Santo como tu Maestro interno, tu Guía o Interlocutor, se desvanecerá junto con todo lo que ahora crees ver, puesto que habrás retomado la comunicación directa con Dios. El símbolo de la Santísima Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo), únicamente tiene sentido en el mundo. Cuando tu mente regrese a la Unidad de la que en realidad jamás se ausentó, los tres se fundirán en Uno solo, pues habrá cesado la necesidad de percibirse como entidades separadas… Dios Es, y Es todo lo que hay.

La mente cree experimentar una especie de brecha. Al parecer se halla en un estado de disociación, de profunda negación y oposición, estado éste que se experimenta como un constante debatirse entre la dinámica de pensamiento del ego, y  los pensamientos de Amor de Dios. Con cada decisión que aparentemente tomamos, no en el mundo, sino en nuestra mente, a través de nuestros pensamientos, estamos escogiendo entre estas dos alternativas. Sólo una de las dos es real, y por tanto, las alternativas no existen, pero a efectos del sueño de este mundo, parece que sí las hay, y es por ello que creemos estar continuamente escogiendo entre depositar nuestra fe en las ilusiones o depositarla ante la Verdad.

«Examina, entonces, qué es lo que es compatible contigo. Ésta es la elección que tienes ante ti, y es una elección libre. Mas todo lo que radica en ella vendrá con ella, y lo que crees ser jamás puede estar separado de ella» (T-19.IV.B.11: 1-3)

No es posible servir a dos amos, uno automáticamente excluye al otro. Esta afirmación establece que o servimos al ego o servimos a Dios, y eso es exactamente lo que definimos con cada elección que hacemos, ¿a quién deseamos servir? Servir al ego, apostar por su modo de pensar, percibir y responder con ataque a toda aparente amenaza, implica nuestro deseo de prolongar nuestro sueño de separación en el mundo y nuestra atracción por el pecado y la muerte. Servir a Dios, lleva implícita nuestra decisión de volver al Amor; libres de conflicto en el reconocimiento de nuestra invulnerabilidad, y en perfecta y eterna comunión con el Todo. Éste es el camino que recorremos en compañía de nuestro Santo Espíritu.

El Espíritu Santo provee a la mente una nueva definición para la idea de pecado, el cual a través Suyo se concibe como una falta de Amor. La mente recta resuelve que quien no está dando Amor, está pidiendo Amor. Eso es todo aparente pecado en el mundo: una petición de Amor. Puesto que sólo el Amor es real, el pecado no es otra cosa que locura que pide a gritos sanación, en lugar de algo malvado que merece castigo, como el ego nos ha hecho creer.

En este mundo no podemos ver a Dios en el sentido literal de la palabra, el propio cuerpo lo impide, pero sí es posible, mediante la corrección de pensamiento que el Espíritu Santo lleva a cabo en nuestra mente, reconocer a Dios en todo ser viviente.

Como resultado de la corrección del pensamiento, se produce una corrección automática de todo error de percepción en el mundo. La consecuencia natural es que las mismas viejas cosas de siempre, se experimentan con «ojos» nuevos, en el recuerdo de nuestra verdadera identidad, la cual compartimos con todo. Así, lo que antes percibíamos y a lo que respondíamos guiados por el miedo, ahora se percibe en nuestra mente como una ofrenda, con todo el potencial para convertirse en Milagro, o lo que es lo mismo, en una expresión del perfecto Amor. Donde antes percibíamos un ataque al que respondíamos con un nuevo ataque, ahora percibimos una petición de Amor a la que respondemos con Amor. Esta respuesta amorosa, recuerda a nuestra mente tanto su inocencia como su esencia amorosa y nos permite retornar a ella, liberados del miedo y ajenos a la idea de pecado.

Es preciso que comprendas que en manos del ego experimentas esclavitud, tus propias ideas te encadenan y condenan, eres preso de ellas. En cada una de las decisiones que de su mano tomas, va contenido el sufrimiento que se deriva del miedo. Puedes experimentar este sufrimiento bajo la forma de la pérdida, o la escasez, o la ira, o una profunda tristeza; no importa cuál sea la forma que adopte, lo único que debes tener en cuenta es que ese no es el camino que conduce a la felicidad, ni tampoco hacia la liberación de las aparentes limitaciones. La verdadera felicidad, procede únicamente de recordar y experimentar nuestra naturaleza amorosa.

Si estás decidido a volver a Dios, a la experiencia de la paz y del Amor no condicionado, debes aceptar que no puedes hacerlo solo, mucho menos en compañía del ego. No puedes experimentar tu identidad espiritual a menos que dirijas tu atención hacia ella, lo cual conlleva negársela al cuerpo. Necesitas ayuda amigo, y no una ayuda cualquiera, sino la ayuda de Alguien que, pese a «ver» lo que parece estar sucediendo en tu mundo, no lo comparte, pues sabe que no es real; si no lo comparte, no lo refuerza, y así lo debilita en tu mente. «Lo que tienes que reconocer es que cuando no compartes un sistema de pensamiento, lo debilitas» (T-6.V.B.1.7). Éste es el objetivo de la entrega al Espíritu Santo… nos hacemos a un lado, y permitimos que Él nos diga qué está realmente sucediendo. ¿El resultado?, intercambiamos nuestro sufrimiento por Su paz. Poco a poco, retiramos el poder sobre nosotros a las aparentes circunstancias del mundo, éstas dejan de ejercer influencia sobre nuestro estado mental.

«Al ego se le debe llevar a juicio y allí declararlo inexistente. Sin tu lealtad, protección y amor, el ego no puede existir. Deja que sea juzgado imparcial-mente y no podrás por menos que retirarle tu lealtad, tu protección y tu amor» (T-4.IV.8:8-10)

Para el ego resulta del todo impensable ceder el control, ello podría conducirte a pensar que no necesitas ayuda, y te estarías equivocando. Únicamente la arrogancia propia del ego podría hacerte creer que eres autosuficiente o que tu fortaleza reside en no depender de nada ni de nadie. Pero párate a pensar amigo, ¿cuál es la única lección que en verdad has aprendido a su cargo?, yo te lo diré: cómo ser infeliz y no «sobrevivir» al intento, nada más. En este lugar todo es un símbolo de la culpa que subyace en tu mente, de modo que no puedes esperar que las ilusiones te hablen de la Verdad. No pretendas que algo que se halla inmerso en el sueño, sea capaz de despertarte del mismo, ni esperes que el que apoya la idea de pecado tenga intención de hablarte de santidad.

El Espíritu Santo es el puente entre lo humano y lo divino, entre el ego y Dios. La visión de Cristo es el regalo que de Su mano viene. Intercambiamos la percepción del ego por verdadera percepción. Contra la ilusión de la separación y la consiguiente falta de Amor, el Espíritu Santo dispone un antídoto: el perdón, y la sanación que su práctica induce, es sinónimo de corrección, abolición del miedo en tu mente y unificación de los aparentes opuestos en los que este mundo se basa.

El Espíritu Santo es un susurro en el sueño que, aun experimentándose dentro del sueño, nos habla desde fuera de éste. Reconoce lo que tú has hecho y lo compara con la Creación de Dios, decretando que lo que no procede de Dios no es real y no puede, por tanto, tener efectos sobre el Hijo. Él es la llamada suave y amorosa a despertar, que utiliza como recursos de aprendizaje e incluso vehículos de comunicación, las mismas ilusiones que el ego fabricó para su propósito de mantener las ideas de separación y culpa intactas en nuestra mente.

Bajo la siempre recta mirada del Espíritu Santo, experimentamos una dulce entrega; una paz, una plenitud  y una alegría que no proceden del mundo ni están sujetas a sus leyes. Tu Maestro te invita a permanecer sereno, a depositar ante Él tus preocupaciones, tus temores, tu sufrimiento; a ejercer de simple observador de los acontecimientos, descansando en la certeza de que éstos jamás podrán representar una amenaza para tu Ser.

Tu disposición a pedir y aceptar la ayuda que el Espíritu Santo te ofrece, exige un ejercicio de humildad por tu parte, en el que reconoces que tú estabas equivocado y renuncias a todo intento de enseñarte a ti mismo. Te sitúas mentalmente en posición de dejarte enseñar. Con estas hermosas palabras el propio Jesús nos incentiva en el Curso:

«Si estás dispuesto a renunciar al papel de guardián de tu sistema de pensamiento y ofrecérmelo a mí, yo lo corregiré con gran delicadeza y te conduciré de regreso a Dios» (T-4.I.4.7)

En los comienzos de la práctica de Un Curso de Milagros, el Espíritu Santo es experimentado por nosotros, sus estudiantes, como un ser ajeno a nosotros y puesto a nuestro servicio; una especie de mago o superman, concebido por el Mismísimo Dios para protegernos y conducirnos por el mundo. En esta primera etapa, nos identificamos con la idea de que el Espíritu Santo nos ayudará a intercambiar unas circunstancias que, a juicio del ego no resultan del todo favorables, por otras que consideramos mejores. En el fondo, continuamos depositando nuestra fe en las ilusiones, y pretendiendo inconscientemente no salir del sueño, sino convertirlo a Él en parte implicada en el mismo.

No obstante esta percepción, aunque inexacta, nos aproxima a la idea de un dios dispuesto a ayudarnos, en menoscabo de la idea del dios en extremo rencoroso y vengativo que todos apoyamos en nuestra mente separada.

Iniciamos nuestra andadura con la creencia en un dios de opuestos, poco amoroso y nada dispuesto a olvidar nuestros pecados, debido a ello, en la etapa más temprana, la confianza en la guía del Espíritu Santo como una ayuda efectiva en el mundo, aunque nos mantiene en la ilusión de dualidad, al menos nos va a permitir renunciar a la idea del dios dual que nos odia profundamente. Poco a poco, vamos abriéndonos paso a la posibilidad de que tal vez Dios no sea el causante de nuestro sufrimiento, ni desee para nosotros nada que no sea nuestra felicidad.

Más adelante, en la medida en que vamos restando importancia a las circunstancias de nuestra vida, comprendemos que la verdadera función del Espíritu Santo no tiene nada que ver con este mundo, ni con lo que aquí aparenta suceder, de modo que deja de percibirse como una guía en el sueño, a través de la cual alcanzar un sueño más cómodo (que no es más que un intento de manipular las ilusiones), y comienza a interpretarse como el Maestro interno, cuya función es sanar en nuestra mente la creencia en la separación.

Si bien es cierto que la confianza en el Espíritu Santo es imprescindible, y que su guía para transitar por el sueño puede resultar efectiva, es igualmente cierto que si éste fuera su único cometido, no haría más que perpetuar este mundo y el pensamiento inherente de que nos hemos separado de Dios. El Espíritu Santo no persigue un cambio en las condiciones externas de nuestras vidas ilusorias, sino liberarnos de toda ilusión. Por este motivo, quedarnos indefinidamente en este concepto de Espíritu Santo-Mago, lejos de rescatarnos del ego, nos mantiene atrapados en él.

En esencia, debe dejar de afectarnos lo que sucede en el mundo, ya sean sucesos aparentemente «buenos» o aparentemente «malos», puesto que ambos son las dos caras del mismo sueño de opuestos.

La verdadera guía del Espíritu Santo, nos ayuda a recordar que sólo hay una realidad, y es la realidad que compartimos con Dios. De este modo, abandonamos progresivamente la creencia en una supuesta existencia dual y finita, para retomar nuestra realidad espiritual y no dual del Dios-Amor-Eterno.

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