EL PROCESO DEL PERDÓN

 

Libera Tu Ser - Un Curso de Milagros - Reflexiones: "EL PROCESO DEL PERDÓN"


 

Por Anna Horno

El perdón o deshacimiento del ego, es la herramienta que utiliza el Espíritu Santo con el propósito de despejar nuestra mente de toda ilusión de pecado, culpa, miedo, castigo y sacrificio, todos ellos derivados de la supuesta separación.

Lo único que nos impide aquí y ahora la experiencia de nuestro verdadero Ser, son las ideas que se interponen. Abandonar esas ideas, que son obstáculos impuestos por el ego, es nuestro objetivo aquí.

Podríamos establecer una analogía entre el perdón y un potente limpiador, de esos que utilizamos para purificar nuestro hogar. ¿Qué oculta la suciedad tras de sí?, sin duda alguna el brillo. ¿Qué ocultan nuestras creencias?, por descontado la luz, el resplandor que irradia el Amor, y que luciría espléndido de no ser por esas ideas que nos hacen dotar a los demás y a nosotros mismos de una cualidad malvada y pecadora que no nos corresponde. El perdón actúa en nuestra mente como un disolvente, eliminando todo rastro de impureza, disolviendo cualquier residuo de pecado, propio o ajeno, puesto que ambos son lo mismo aparentando ser diferentes.

El perdón se caracteriza por una actitud de completa indefensión en quien lo practica. Es una renuncia al ataque como consecuencia de reconocer que el pecado no es real y que no existe amenaza. El perdón niega el poder de las ilusiones, colocándoles a éstas el título de «inexistentes». El perdón no es para la otra persona, sino para ti mismo, por lo que crees fue la separación de tu Padre y la consiguiente usurpación de Su poder. Lo que perdonas es tu culpa inconsciente, y lo haces utilizando los símbolos de esa culpa que el mundo te muestra, y que si no salieran a la superficie no podrías mirar de frente. El Espíritu utiliza todas nuestras ilusiones como recursos de aprendizaje, o lo que es lo mismo, para Su Santo propósito de sanar nuestra mente. Las mismas ilusiones que el ego fabricó para perpetuar nuestra creencia en la separación, ahora adquieren un propósito divino. Así, cada situación en apariencia conflictiva a juicio del ego, es, bajo criterio del Espíritu Santo, una bendición, un regalo de perdón.

En este punto, es imprescindible aclarar que el perdón que tradicionalmente conocemos, no es en absoluto el perdón que Un Curso de Milagros enseña. Estamos habituados a perdonar los pecados o faltas que nosotros u otros cometen, o incluso a «pasarlos por alto». Ambas son prácticas erróneas desde el punto de vista deeste Curso, pues no hacen sino perpetuar nuestra presunción de culpabilidad.

Cuando perdonas «los pecados» según la práctica habitual, es evidente que estás otorgando realidad a lo sucedido, y creyendo que efectivamente el pecado se produjo, mas haciendo gala de una falsa bondad o generosidad, o tal vez como muestra de tu inclinación al sacrificio, estás dispuesto a «perdonar». Siempre me ha resultado sorprendente por contradictoria, aquella frase tan socorrida que reza así: «perdono, pero no olvido». Y yo me pregunto, ¿si no olvidas, qué es lo que has perdonado? No olvidas el agravio, y esa aparente agresión condiciona forzosamente la percepción que tienes de tu hermano e incluso el trato que le dispensas. Es inevitable, puesto que al no olvidar, el fantasma del pecado te transporta al pasado una y otra vez, y así lo haces presente. Tu actitud no puede ser de indefensión, sino de expectación.

Existe un modo todavía más sutil de «perdonar» al amparo del ego, es aquel dispuesto a «pasar por alto» los pecados. No es que no los veas, por supuesto eres muy consciente de ellos. La única diferencia respecto a lo anterior, es que decides no enfrentarte a ese ataque aparente, eso es todo.

En el primer caso, estás depositando tu fe en las ilusiones al hacer real la proyección, pero al menos eres consciente de tu resentimiento. En el segundo, además, practicas una especie de negación particularmente peligrosa. Esta negación no produce sanación, sino que invita a mantener el pecado oculto y a salvo: no tienes conciencia de él ni de tu resentimiento hacia quien lo cometió.  En ambos casos, la culpa permanece intacta en tu mente, pues no has hecho otra cosa que proyectarla fuera, eligiendo ver  de la mano del guía equivocado, y eludiendo tu responsabilidad. Ello no consigue sino aumentar la distancia entre tu hermano y tú, y por tanto, perpetuar en tu mente la falsa creencia de ser un individuo separado.

El verdadero perdón no juzga, ni condena, ni encuentra razón alguna para perdonar. Reconoce que no hay necesidad de perdonar una ilusión, y en ese reconocimiento, todo queda perdonado. El perdón que niega la realidad de lo que en el mundo parece suceder, es el verdadero perdón, que le devuelve a la mente su inocencia, al percibir la inocencia en todas partes.

Perdona a tu hermano, pero desde el reconocimiento de su perfecta inocencia, que es la tuya también, y así, llegará el día en que ya no percibirás en el mundo ni una sola causa culpable. Perdona a tu hermano, hasta que cese tu necesidad de percibir un universo separado, y el universo entero desaparecerá. Ese día estaremos listos para volver a Casa, preparados para la perfecta Unión con nuestro Creador, sin sombras, sin necesidad de fabricar imágenes para proyectar culpables, liberados de todo resentimiento y completamente identificados con el Amor. Ese día daremos paso a la verdadera creación, fruto de un pensamiento de Amor perfecto, y de la dicha de compartir y extender nuestra santidad.

El proceso del perdón en cuatro pasos

El perdón se aplica por igual a personas, objetos, animales, situaciones, acontecimientos, pensamientos, a la película que ves en el cine y que aviva viejos resentimientos o a las noticias que ves por televisión, y que no hacen más que hurgar en tu vieja herida… El Espíritu Santo utiliza todas nuestras ilusiones.

No acotamos el perdón a algunos aspectos de nuestra experiencia poniendo otros al servicio del ego, sino que lo extendemos a cualquier circunstancia que de algún modo parece entrar en conflicto con nuestra quietud interior, desposeyendo a la mente de su estado natural de paz.

¿Qué exige la práctica del perdón? Para que la corrección pueda llevarse a cabo en tu mente es precisa una clara voluntad de sanar y tu decisión de «hacerte a un lado». Compromiso, para permanecer atento a cuanto acontece en tu mente, con tus pensamientos. Honestidad, para no justificar jamás el ataque, para desenmascarar cualquier estrategia, que es siempre cosa del ego. Los verdaderamente honestos no defienden ningún aspecto del error reservándoselo para sus fantasías, tampoco ignoran parte del mismo por juzgarlo pequeño o insignificante. En el deshacimiento del ego todo adquiere suma importancia… no hay grados de dificultad en los milagros; no hay errores más grandes o más pequeños que otros, todos perturban tu paz mental por igual.

El desapego es una actitud fundamental en quienes practican el perdón. Toda dificultad que observamos en nuestra práctica, surge de nuestra resistencia a dejar ir la causa del conflicto. Tal vez la consideres demasiado importante, y ciertamente percibes que lo que el perdón te exige es una renuncia. No es así, pero tú puedes decidir creerlo. Nada en este mundo es real, ni siquiera esas opiniones que crees te colocan en el bando de los «buenos», por tanto, no pueden ser valiosas, ya que no existen. El sacrificio es imposible, puesto que para que haya sacrificio, debe haber realmente «algo» de valor a lo que renunciar, y no lo hay.

Para finalizar, la práctica del perdón requiere de tu confianza en el Espíritu Santo. Confianza que te permitirá transitar con paciencia por los aparentes «problemas» en el mundo, tu mundo, hasta que finalmente puedas trascenderlos. La confianza te invita a descansar en la certeza de que todo es oportuno en cada momento, y se desarrolla perfectamente dentro del Plan de Dios para tu salvación, que no es otra cosa que tu billete de vuelta al Amor.

En tu práctica diaria, no trates de convertir el perdón en una especie de ritual sin carga emotiva. La entrega debe ser consciente, sincera, de corazón, con devoción, con convicción, con agradecimiento y un deseo auténtico de liberarte del conflicto.

Primer paso en el proceso del perdón: Reconocimiento

Este primer paso presupone el reconocimiento de que este mundo no es real. Acepto que todo está sucediendo en mi mente, y que lo que mis sentidos físicos me muestran, son sólo imágenes reflejando la intención de mis pensamientos, el contenido de mi mente.

Observo las emociones que se generan y los pensamientos que llegan a mi conciencia en torno a las aparentes situaciones. Los permito, los acepto, sin juzgarlos, sin condenarlos, sólo los retengo por un instante, hasta hacerme consciente de ellos.

Segundo paso en el proceso del perdón: Asunción de responsabilidad

Recuerdo que tengo el poder de elegir. Asumo que soy responsable (no culpable) de lo que decido percibir. Asumo que lo que percibo es mi propia culpa proyectada en el mundo, yo lo he fabricado. Me cuestiono mi decisión de ser culpable. Asumo que todo ataque, tanto el que percibo contra mí, como el que yo misma vierto sobre los demás o sobre las circunstancias, trata en realidad de atacar a Dios a través de sus Hijos. Todo ataque lleva implícito el miedo a las represalias divinas por la supuesta separación: para el ego, la mejor defensa es siempre un buen ataque. Recuerdo que en verdad, todo ataque es una petición de Amor. Mi propia petición de Amor.

Tomo responsabilidad por lo que parece estar sucediendo y con ello renuevo mi compromiso de sanar mi culpabilidad inconsciente.

Tercer paso en el proceso del perdón: Declaración de inocencia

Si toda mi culpa inconsciente es el resultado de mi creencia en la separación, y la separación no es real, no puedo ser culpable, debo ser inocente.

Si todo lo que percibo en el mundo es mi propia proyección, ahí fuera no puede haber culpables, porque ahí fuera no hay nada. Si además yo decido qué percibir y he decidido ser inocente, todo lo que percibo debe ser tan inocente como yo.

Estos tres primeros pasos representan nuestra decisión de colaborar con el Espíritu Santo, de unir nuestra voluntad al poder ilimitado de Su Voluntad. Reconozco el poder de mi mente para elegir… y elijo de nuevo.

Cuarto paso en el proceso del perdón: Me entrego al Espíritu Santo

En el primer paso tomaba conciencia de todo lo que estaba sucediendo en mi mente. En este último paso, me entrego al Espíritu Santo, me uno a Su paz, me identifico con la Verdad.

Renuncio a mis ideas, a mis juicios, a mis expectativas, renuncio a creer en la realidad de lo que mis sentidos me muestran… Le pido ayuda para ver  de otro modo, con los ojos del Cristo. Lo dejo en Sus manos, confiadamente, pacientemente. Con ello me libero del conflicto al renunciar a él, y se restablecen la paz y la dicha en mi mente…

«¿Cuán dispuesto estás a perdonar a tu hermano? ¿Hasta qué punto deseas la paz en lugar de los conflictos interminables, el sufrimiento y el dolor? Estas preguntas son en realidad la misma pregunta, aunque formuladas de manera diferente. En el perdón reside tu paz, pues en él radica el fin de la separación y del sueño de peligro y destrucción, de pecado y muerte, de locura y asesinato, así como de aflicción y pérdida. Éste es el "sacrificio" que pide la salvación, y, a cambio de todo ello, gustosamente ofrece paz» (T-29.VI.1)

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