EL DESEO DE MORIR
Anna Horno
Durante años he sentido el deseo de morir. Todavía hoy, cuando el tedio me engulle, cuando pierdo de vista mi naturaleza u olvido el verdadero propósito de mi estancia aquí, me seduce la idea de desaparecer. Recurro a la muerte, la utilizo como una salida que me ofrece ventajas… y soluciones.
Pocas veces he tenido la valentía de confesarlo, de admitirlo públicamente. Y es que desear la muerte o fantasear con el suicidio, sigue siendo “pecado”, un atentado contra las normas, una locura, algo oscuro que merece condena, que debe ser medicado y remediado. Asumir que algunas veces desearía escapar de este mundo y de este cuerpo, parece algo poco saludable y motivo de recelo en otras personas. Así, muchos de nosotros, que en algún momento hemos sentido esa irresistible atracción por la muerte, optamos por mantenerlo en secreto, por acallarlo, por ocultarlo bajo una falsa apariencia de felicidad. Después de todo, eso es lo que se espera de nosotros.
Me enseñaron que debía amar un concepto del yo totalmente alejado del Yo, aceptar un rostro extraño como propio. Coloqué un gran peso en mi corazón y me obligué a cargar con él, a vagar con él hasta extenuarme, hasta anhelar desaparecer, descansar, aunque sólo fuera por un instante. Descansar de todo lo aprehendido, descansar de todo lo que tomé prestado y que terminé por hacer mío, olvidando que no me pertenecía. Descansar de mis esfuerzos por salvaguardar una imagen, por proteger una idea; descansar de las expectativas propias y ajenas… descansar, al fin, de todo lo que es artificial en mi vida.
Por fin comprendí qué es en realidad mi deseo de morir… es mi deseo de vivir, de dar muerte a lo falso, a lo caduco, de zafarme de lo superfluo, de lo prestado, de lo que no soy Yo. Mi deseo de morir, es el anhelo de renacer al Amor, de regresar a la totalidad, de fundirme con ella. Así, parece lógico pensar que la destrucción del cuerpo sea el camino, la única solución.
Pero como en todo, también en esto el ego nos muestra un camino que no conduce a ningún lugar, un callejón sin salida. Porque morir no es posible. Sólo es posible abandonar lo que no es real, renunciar a lo que no me pertenece, volver la mirada a lo auténtico, a lo extraordinario y maravilloso en mí. Y una vez más, esto tiene que ver con la mente, no con el cuerpo. Abandonar este cuerpo no es la solución a ningún problema, pues otro cuerpo vendrá a ocupar el lugar del anterior y los mismos problemas se sucederán una y otra vez. No es posible escapar, porque en realidad, aquello de lo que pretendemos alejarnos, aún sin saberlo, es de nuestra propia mente.
El suicidio no es un acto cobarde, sino un acto inútil. Inútil porque no es posible escapar de nosotros mismos. Sólo es posible una transformación, sanar la mente trascendiendo nuestro actual punto de vista… y para ello necesitamos del cuerpo.
Hoy siento que este deseo de morir, lejos de ser mi enemigo, es una gran bendición. Una sacudida llamándome a despertar. Una invitación a liberarme de las cadenas del ego…
La próxima vez que te aceche el deseo de morir, no te sientas culpable… no lo ignores, escúchalo atentamente, ámalo, respétalo, hónralo. No hay nada de pecaminoso en él. Es pura inteligencia susurrándote la verdadera existencia, la que olvidaste pero nunca abandonaste… ¿cómo podría la ola existir separada del mar?
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