CURACIÓN A TRAVÉS DE UN CURSO DE MILAGROS
ENRIC CORBERA
Del capítulo La Enfermedad
La enfermedad es la expresión física o mental de un desequilibrio entre lo que pienso, lo que siento y lo que hago. Es la expresión y vivencia de mi incoherencia emocional.
Estar enfermo implica un secreto batallar entre una serie de creencias que anidan en mi mente. La creencia subyacente es que la que triunfe será la verdad. La enfermedad es no escuchar los dictados de mi corazón, es la creencia en que yo debo resolver mis problemas, la creencia en mi soledad, en mi desconexión con todos, es la creencia en que soy un cuerpo y que este fabrica mi mente, es la creencia en que mis pensamientos no crean nada y que, al abandonar su fuente, que es mi mente, desaparecen. La enfermedad es creer que mi percepción es verdad, que las cosas son como las veo, no como las interpreto. La enfermedad es la creencia en el sufrimiento y en el sacrificio, valores que resaltan mi desconexión con la divinidad y que son el resultado de la creencia en el pecado y la culpa. Detrás de toda enfermedad, hay una gran culpabilidad, y la mayoría de las veces ésta es totalmente inconsciente.
Sentirse enfermo es sentirse solo, es sentirse abandonado, es un miedo a la profunda carencia, es la creencia de que es posible no tener nada, vivir la vida exterior y no vivir la interior, es querer cambiar las cosas para que sean como a uno le gustaría. La enfermedad tiene sus ídolos. Uno de ellos, quizás el más importante, es el miedo a Dios. Un miedo basado en el fuerte sentimiento de separación con respecto a Él. Miedo a Su juicio, a Su condena, miedo a no ser lo suficientemente buenos, miedo de no agradarle.
La pérdida y la escasez son algunas de las creencias que alimentan la enfermedad. Nacen del miedo profundo a estar aislados del Todo y de todos. Es la creencia en la flaqueza, en la debilidad, en el poder del más fuerte, o sea, del ataque.
LAS RELACIONES COMO FUENTES DE DOLOR
Entre los principales fenómenos que alimentan la enfermedad, ocupan un lugar destacado las relaciones humanas. Toda relación nace de la creencia de que el otro puede darte aquello que tú consideras que te falta. Crees que ahí fuera hay alguien especial que te puede hacer feliz. Proyectas en el otro tu necesidad y llegar a decir cosas como: “Desde que te conocí, soy un Hombre/una mujer tremendamente feliz”. Esto al principio puede enorgullecer al otro, pero al final se convierte en una espada de doble filo, y uno de estos filos lo atrapa en la creencia de que no puede terminar esta relación, porque no quiere hacerte daño. En el otro filo, busca sustitutos a la relación, pero ello lo lleva a la culpa. Otra opción consiste en adaptarse y sufrir en silencio la soledad y el miedo a ser abandonado. Estas relaciones, nacidas de la culpa y del miedo a la soledad, ocultan profundas creencias de nuestros padres y demás antepasados. En la Biblia está escrito que “los pecados de nuestros padres se heredarán hasta la tercera y la cuarta generación”. Nos podríamos preguntar por qué esto es así y qué culpa tenemos de los pecados de nuestros padres. Este pensamiento es la expresión de la creencia en que todo está separado, es la creencia que alimental el ego y que muchas veces se expresa como: “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”. Aquí reside el victimismo, el miedo a un Dios castigador, la idea de que estoy fuera del Cielo y que para volver a entrar tengo que ser “bueno”, lo cual implica que soy “malo”.
El Espíritu Santo te enseña que heredas “los pecados” de tus padres para liberarlos, con tu comprensión primero y con tu perdón después. Así redimes a la Filiación, de alguna manera cortas el sueño de separación y “sabes” que tu alma está limpiando lo que las almas de tus ancestros han creído que eran sus pecados. Muchas veces almas elevadas, más despiertas, redimen nuestros pecados con sus manifestaciones físicas de enfermedades, y con su inocencia nos enseñan el amor incondicional.
UCDM reinterpreta la frase bíblica “Castigaré los pecados de los padres hasta la tercera y cuarta generación” de la siguiente forma: “Para el Espíritu Santo, la frase significa que en las generaciones posteriores Él todavía podrá reinterpretar lo que habían entendido mal las generaciones previas, anulando así la capacidad de dichos pensamientos para suscitar miedo”.
Desde esta perspectiva, tus relaciones se convierten en una oportunidad para sanarte y para sanar, porque comprendes que en verdad tú no te relacionas con nadie, sino que te relacionas contigo mismo a través de los demás.