ABRAZAR PARA SER FELIZ
Publicado en Revista Integral - Nº 400
Abrazar para ser feliz: El contacto físico con los demás es una necesidad humana tan fundamental como comer, dormir o beber agua.
En un momento de la película Crash, de Paul Haggis, se dice que "en Los Ángeles nadie te toca. Añoramos tanto ese contacto que chocamos contra otros sólo para poder sentir algo".
En nuestra era digital, las redes sociales y el número de relaciones se multiplican al mismo tiempo que el contacto físico se vuelve cada vez más escaso. Muchos creen tener cientos de amistades en Facebook, pero la mayoría son personas que conocen sólo a través de una fría pantalla.
Las relaciones virtuales son un buen entretenimiento para pasar el rato mientras esperamos el autobús o hacemos una pausa en el trabajo, pero no son un alimento para el alma.
El ser humano necesita el contacto visual sin filtros, hablar, escuchar y también abrazar. Cada vez hay más estudios que demuestran que tocar a los demás es tan necesario para la salud física y emocional como el agua y los alimentos. En este artículo veremos por qué es tan importante tocar y ser tocado por las personas que nos rodean.
El desierto emocional
En un interesante artículo de Manuel Vitutia, este psicólogo apunta un curioso prejuicio que existió desde el siglo XVIII hasta la primera mitad del siglo XX. Al parecer, muchos médicos occidentales opinaban hasta entonces que demasiado contacto físico con el bebé era perjudicial para su desarrollo. El cariño y el afecto darían como resultado niños débiles, enfermizos y poco voluntariosos.
Si el bebé era varón, además, se decía que una expresión excesiva de amor materno podían convertirle en un afeminado.
Según Vitutia “esa doctrina se sustentaba en las normas sociales victorianas y en la moral religiosa cristiana, ambas sumamente patriarcales y represivas con el afecto y la intimidad física. Siguiendo esta ideología, la educación y crianza de los niños se desligó de cualquier aspecto emocional o afectivo”.
La “desnaturalización” de los vínculos humanos llegó a los centros de enseñanza, a los orfanatos y a los hospitales, donde se cubrían las necesidades de alimento e higiene y la educación de los pequeños, pero no se les daba cariño.
Sobre las consecuencias de crecer sin un contacto tan humano como necesario, el neurólogo Boris Cyrulnik afirma lo siguiente: “El cerebro es un fenómeno contínuo. Se construye, también, como resultado de las relaciones, del contexto cultural y, ante todo, de las experiencias afectivas de nuestra vida. Todas ellas influyen en la anatomía misma del cerebro. Tengo como ejemplo mis trabajos en los orfelinatos de Rumanía. Allí pude visitar niños enfermos que sufrían una atrofia cerebral, de manera que habían sido abandonados, cuando la ecuación es exactamente al revés: porque fueron abandonados y carecían de afecto padecieron la atrofia cerebral. Nuestros circuitos neuronales se forman de manera espectacular en los primeros cuatro años de vida. Y es entonces cuando los afectos son claves porque es el periodo de mayor plasticidad cerebral. Hasta el extremo de que ya entonces se forja una sensibilidad preferencial respecto a los acontecimientos del mundo exterior”.
Una década antes, el psicoanalista austríaco René Spitz ya comprobó que la mortalidad de los bebés que, debido a una hospitalización, eran separados de sus madres, era mucho mayor a la media de los que mantenían el vínculo. Los primeros, asimismo, presentaban un cuadro clínico similar a la depresión adulta, con los siguientes síntomas: pérdida de la expresión facial; desaparición de la sonrisa; mutismo; falta de apetito; insomnio; pérdida de peso y disminución de las capacidades psicomotoras.
Estos síntomas eran reversibles si el bebé era devuelto a la madre en un plazo inferior a tres meses. De no ser así, los niños quedaban mermados de forma permanente en su capacidad de establecer vínculos afectivos. Spitz denominó este síndrome hospitalismo.
Una terapia antiestrés
La necesidad de afecto, de abrazar y ser abrazados, no se limita a la infancia. También las personas adultas necesitan de esta forma primordial de comunicación humana. El psiquiatra Charles Nemeroff afirma en ese sentido que “el contacto físico y la intimidad reducen considerablemente el nivel de estrés en las personas. A través de la psicología clínica, hoy en día sabemos que además reduce considerablemente sus efectos secundarios y puede incluso eliminar por completo el estrés crónico. Está demostrado que en situaciones difíciles y de angustia, las personas que viven solas tienen mucha más dificultad para superar esta dolencia, mientras que las personas que tiene pareja superan la enfermedad con mucha más facilidad”.
Por su parte, la periodista y terapeuta Verónica Allen, destaca que el solo hecho de tocar con la mano, tiene la capacidad de tranquilizar o estimular a la persona que lo necesita. Según un artículo de la revista Smithsonian, la mano humana posee un sentido particularmente refinado del tacto. Tenemos hasta 2.000 receptores en cada yema de dedo.
Además de esta sensibilidad, afirma Allen, los seres humanos estamos dotados de un sistema nervioso especial que detecta el amor y la ternura. “Nuestros sentidos del placer son evocados por una segunda red nerviosa constituida por fibras lentas. Sorprendentemente, esta red responde únicamente a una caricia suave y activa la zona del cerebro que trata con las emociones. Las fibras lentas funcionan desde las primeras horas de vida, tal vez incluso en el útero, mientras que las fibras rápidas se desarrollan lentamente después del nacimiento. Los recién nacidos son capaces de sentir el amor del contacto de sus padres antes de que puedan sentir el propio contacto”.
Desde el bebé hasta el anciano centenario, las caricias son una parte fundamental de nuestra “dieta emocional” para sentirnos seguros, comprendidos y vinculados al mundo.
Abrazoterapia
Numerosos estudios relacionan la violencia en los adultos con un déficit de contacto físico en edades tempranas. Esta cuestión ha sido analizada extensamente por el profesor de psicología Louis Cozolino, autor de The Neuroscience of human relationships, quien explica así este síndrome: “Cuando no hay mucho contacto o existe una falta de cuidados es más probable que el cerebro desarrolle un sistema dirigido fundamentalmente por la adrenalina. Esto dará lugar a un tipo más violento, más agitado. Algo que tiene sentido desde un punto de vista evolutivo. Cuando menos protegido esté un niño por sus padres, más agresivo tiene que ser para sobrevivir”.
En el otro extremo, las personas que muestran y reciben afecto a través del tacto, gozan de una mayor salud psicológica y física, poseen más autoestima y una mayor tolerancia ante las situaciones de tensión a la que se ven expuestas.
La importancia de esta necesidad tan humana como vital, ha hecho que florezcan talleres de abrazoterapia en los que se practican cinco modalidades básicas de abrazo, definidos por los terapeutas de este modo:
Abrazo de corazón: es un abrazo sincero que transmite energía, apoyo y proximidad. No hay un límite de tiempo. Es pleno y largo, afectuoso y tierno, abierto y genuino, fuerte y solidario.
Abrazo en grupo: implica a más de dos personas y en los talleres se da en círculo. En las actividades sociales, se lleva a cabo entre amigos cuando se logra algo común, sea en grupos de trabajo o de deportistas. Denota unión, afecto, trabajo en equipo, fuerza y amistad.
Abrazo de oso: se da cuando una persona es más grande que otra y denota protección y apoyo. La persona que es abrazada apoya la cabeza en el hombro o pecho de la otra y rodea la cintura. Es muy común entre personas de generaciones diferentes, como pueden ser padres e hijos.
Abrazo hombro-hombro: para este abrazo, las personas están una enfrente de la otra y colocan los brazos alrededor de los hombros de quien tienen delante, mientras justan las cabezas. Permite mirarse a los ojos mientras se abraza. Es un abrazo clásico de los principios de una relación de pareja. El mantener el contacto visual, transmite mucha intimidad.
Abrazo con beso: uno de los más comunes, se lleva a cabo a la vez que se da un beso en la mejilla. Denota consuelo, bondad, consideración y ternura. Este abrazo se ofrece como saludo entre amigos íntimos o con un ser querido.